Por: Valerio Mejía
“Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera…” Isaías 26:3
¡Hola para todos! Después de estas largas vacaciones, aquí estamos nuevamente, frente al cañón.
En el tiempo de Isaías el pueblo había atrofiado su pensamiento por el hambre espiritual debido a que miraba el rostro de los ídolos y confiaba en las circunstancias. El profeta logró que levantaran la vista a los cielos y que comenzaran a usar correctamente su poder para pensar e imaginar.
La imaginación, asentada en nuestros pensamientos, es esa capacidad de recrear o representar las imágenes de las cosas y aunque tiene muy mala fama por aquello de la fantasía frente a la realidad, también es cierto que es el semillero donde crecen nuestros sueños y se nutren nuestras esperanzas.
El problema radica en que tenemos muchos distractores que nos impiden concentrarnos y llevar todo pensamiento hasta la obediencia a Cristo, haciendo que nuestra capacidad de ver a Dios sea raquítica y nos hallemos impotentes frente a las dificultades teniendo que soportarlas a oscuras y sin poder.
Si nuestro pensamiento muere de hambre, no pongamos la mirada en las circunstancias ni en las experiencias del pasado, es a Dios a quien debemos mirar, es a él a quien necesitamos. Puestos los ojos en Jesús… Así pues, alejémonos del rostro de los ídolos, sea trabajo, relaciones, influencias, experiencias, o nosotros mismos, y no permitamos que algo atrofie nuestra imaginación.
Uno de los motivos para la ineficacia de nuestras oraciones es que nuestro pensamiento está vacío. No proyectamos imágenes mentales claras que le permitan a Dios sembrar en el abonado terreno de nuestras almas. Vista así, la imaginación es el poder que Dios nos da para situarnos fuera de nosotros mismos, en ambientes y situaciones que nunca antes hemos vivido. La imaginación se convierte en nuestra aliada en la consecución de nuestras metas, es el espacio donde el Espíritu de Dios se mueve plantando sueños e ilusiones por alcanzar.
Querido amigo lector: ¿Persevera tu pensamiento en Dios o está atrofiado por el hambre? Puesto que el pensamiento y la imaginación constituyen el don más grande que Dios nos ha dado, debemos consagrarlo enteramente a él. El llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo, se convierte en una de las mayores cualidades de nuestra fe, y cuando venga el tiempo de la prueba, nuestra fe y el espíritu de Dios trabajarán juntos.
Aprendamos a asociar las ideas que son dignas de Dios con todo lo que sucede en la naturaleza, de este modo nuestra imaginación nunca estará a merced de nuestros impulsos, sino que estará al servicio de Dios.
Motivémonos por medio de los recuerdos y no permitamos que nuestra imaginación se muera de hambre, sino que tenga viveza y entusiasmo, así lograremos manifestar al mundo la brillantez de nuestra fe y dar cuenta de nuestra esperanza.
Saludos y muchas bendiciones…
valeriomejia@etb.net.co