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La histórica plaza de San Juan del Cesar

La Gobernación de La Guajira y la Alcaldía de San Juan del Cesar auspician el proyecto: ‘Construcción y remodelación de la plaza de Bolívar’.

El prospero municipio, el de grandes juglares de la música vallenata, a la que le ha aportado más de mil canciones grabadas, entre ellas ‘Luna Sanjuanera’; el de las bellas mujeres, el de la excelsa ganadería, el poseedor de un alto porcentaje de territorio de la Sierra Nevada con sus grupos étnicos, tiene en riesgo su riqueza patrimonial de arquitectura republicana, expresada en gran parte en su plaza fundacional y su entorno próximo.

En los últimos días muchos de sus habitantes están inquietos, al no compartir semejante despropósito. A nuestro juicio y respetando la diversidad de cultos, pero recordando mi corto paso por un seminario católico, el proyecto tiene 4 pecados.

El pecado original, que es el de mayor ocurrencia en La Guajira y Colombia, donde la mayoría de las administraciones territoriales pecan por no prestar atención al clamor de la gente, excluyendo a sus comunidades al no garantizarles eficientes espacios para la participación ciudadana.

Su penitencia debe ser la denuncia pública ante los organismos de control, representada en sanciones disciplinarias e inhabilidades.

El pecado capital, que en este caso es uno solo, pero más peligroso que la actual pandemia del covid-19: la corrupción, propiciada por el desproporcionado presupuesto a invertir ($12.000 millones), contrario al espíritu de la Ley de Regalías, y en contravía a la atención de numerosas necesidades básicas que San Juan debe satisfacer.

Para este caso, no hay penitencia que valga; al demostrase el delito deben merecer la condena y el repudio.

El pecado mortal, que en realidad son tres: el primero, el proyecto arquitectónico propuesto es incompatible con el lugar de ejecución, no está incluido en el POT actual y en caso de haberlo tenido en cuenta, debe ser producto de un plan parcial. El segundo, no ha sido socializado ni consensuado con los vecinos y la comunidad en general. El tercero, no haber contemplado en su diseño la conservación del trazado de la explanada principal (representa casi 4 mil metros de ahorro en pisos), desapareciendo las 12 zonas verdes internas que por 70 años han permanecido.

Estas tres situaciones ameritan, por igual, una rigurosa penitencia expresada en descalificación a la gestión de las actuales administraciones y apertura de serias investigaciones que podrían conducir al infierno.

El pecado venial, que en realidad son varios pero subsanables, se refieren entre otros a: la abundancia de la cultura del cemento; a la escasez de nuevo arbolado y jardinería; pero, por favor, ténganlo en cuenta y que no sean en cemento; a 2 avisos esnobistas de “Yo amo a San Juan”;  a las 4 casetas comerciales planteada; a demasiadas luminarias: ¿han calculado los lúmenes que técnicamente requiere ese espacio?

Por último, a la tarima para espectáculos, dado que 3 de 5 parques de la ciudad cuentan con este tipo de escenario.

Estos seis determinantes de subsanarse no ameritan penitencia, pero de mantenerse darían para un purgatorio.

Como arquitecto reconozco lo difícil que es convencer a algunos clientes y, más aún, a ciertos gobernantes con marcadas inclinaciones faraónicas y que además  fungen equivocadamente como juristas, al tratarse, eso sí, de pliegos de contratación a la medida,  versus el pragmatismo y la funcionalidad que nos caracteriza a los arquitectos,  al rigor de los abogados y al sentido común de la gente.

Lo anterior lo exteriorizo con espíritu constructivo. Con respeto a la diversidad de criterios, a las diferencias conceptuales y subjetividades personales.

Con aprecio espero no los marque el INRI por si caen en tentación y pecan. Tratando de emular a mis antepasados Ariza, innatos poetas, les dedico estos versos:

Prepárense con devoción a rezar,

por si se les da por incumplir y pecar.

Para que algún día puedan empatar,

y en la posteridad, tengamos de ustedes buen recordar.

Coletilla: El más reciente atentado a nuestra historia lo está sufriendo Valledupar con su Plaza Alfonso López, equivalente en área a la tercera parte de la nuestra. Su nonagenario palo de mango se mantiene sofocado y con dificultades respiratorias, generado por los casi tres mil m2 del inapropiado cambio de piso.

Su sensación térmica se mide entre 3 y 4 grados por encima del parque Novalito, distante a unos 300 metros. No solo destruyeron dos de sus íconos: el mural del maestro Piedrahita y su tarima Francisco el Hombre, además afectaron seriamente el buen vivir de los vallenatos y los turistas.

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José Antonio Manjarrés: