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La historia y el Siva

Hace algún tiempo que mi mente viene recordando con insistencia una conversación que sostuve con Lucho Guerra, un viejo amigo conocedor de árboles y agradecido con Valledupar, nos hicimos bajo la sombra de un viejo Samán, donde me comentó los pormenores y la ruta para que Valledupar se volviera una ciudad arborizada; me narró de manera llana ciertas cosas y entre ellas me afirmó que la siembra de árboles la realizó de manera masiva por los años 60 un señor llamado Orlando Velázquez García, quien asumió esta misión y se convirtió así en el primer gestor de la arboricultura en Valledupar. Causa por demás desconocida por muchos; luego hubo otros, que comprendieron que era necesario hacer de esta ciudad un bosque, para resguardarse en la sombra. El señor Edgardo Pupo, siendo alcalde a principios de los años setenta, estableció el vivero municipal, y como estrategia regalaba mangos que le enviaban desde Ciénaga, con el compromiso que se devolviera la semilla al vivero. Esos árboles en su mayoría fueron sembrados en los patios de las casas valduparenses.

En la época de los noventa, el doctor Rodolfo Campo Soto en sus dos administraciones, sembró los árboles de caucho en la avenida Simón Bolívar y los de mango en las otras avenidas; hoy son los más comentados; y aunque se conservan, algunos están enfermos y otros ya desaparecieron por descuido o maltrato.

Debo recordar que hoy esos árboles han muerto gracias a que el Siva (Sistema Estratégico de Transporte de Valledupar) existe y es el responsable de la intervención de la avenida Simón Bolívar, en procura de su reconstrucción; pero que además, condenó a muerte a los cauchos frondosos que vertían de sombra y frescura a este sector de la ciudad. Hoy duele recorrer la avenida con lozas contundentes y llenas de muerte; duele ver la desolación, que causa esa cantidad de árboles secos. Todo por la falta de previsión del contratista y su extrema subestimación a la vida.

Los cauchos que brindaron vida por más de 20 años fueron condenados a muerte de manera infame, ante el silencio administrativo de Corpocesar; los que aún permanecen en pie se desgajan lentamente y sus hojas, casi necróticas, caen al pavimento. Los árboles no mueren de ipso facto como los humanos, se desvanecen lentamente y pueden durar en esa agonía varios años, como pretendiendo decir que hay tiempo para que los salven.

Infortunadamente pocos entienden el lenguaje silvestre, aunque parezca increíble saben comunicarse. Es una verdadera tragedia ambiental ¿quién se supone reparará los años invertidos en crecer de estos otrora árboles frondosos?

Acostumbrado a la Sierra, yo nunca me se marear… Y como es desalentador el paisaje, caminaré de manera rápida para evitar sentir el vacío y la soledad que me acompleja.

Por Miguel Ángel Sierra

 

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