“Comencé a temblar y me dije: no puedo fallarlo“. Solo once metros y el portero del Vasco da Gama le separaban del sueño de alcanzar su gol número mil”: dijo Pelé
Fue un 19 de noviembre de 1969. Era miércoles y era un partido válido por el Torneo Roberto Gomes Pedrosa, también conocido como “Taça de Prata” (Copa de Plata).
Corría el minuto 79 cuando el árbitro Manoel Amaro de Lima señaló penalti a favor del Santos al ver como el astro brasileño caía derribado en el área intentando controlar un pase al espacio de Clodoaldo.
“Mi preocupación era que todo el mundo pensaba que meter un penalti es fácil, pero cuando coloqué la pelota en el punto de penalti, ahí todo el mundo comenzó a gritar ‘¡Pelé!‘”, recuerda Edson Arantes do Nascimento, cincuenta años después en el museo que lleva su nombre, en la ciudad de Santos.
La decisión del colegiado pernambucano provocó una explosión de júbilo en los 65.157 espectadores que llenaban las gradas del mítico estadio carioca y las protestas encarecidas de los jugadores del equipo local.
El 10 del Santos habló con alguno de sus rivales, también con el portero Andrada y finalmente se fue hasta el punto de penalti para acomodar el esférico.
En un intento por ponerle más nervios, los jugadores del conjunto del Vasco le recriminaron que había adelantado el balón y situaron éste unos centímetros más atrás.
“Ahí comencé a temblar y me dije: no puedo fallarlo. Cuando miré para atrás, los jugadores del Santos estaban todos en el medio del campo y yo pensaba: “Y si la pelota da al palo o el portero rechaza. No había nadie de nuestro equipo‘”, explica Pelé, hoy con 79 años.
“Fue la cosa más difícil para mí. Antes de patear el penalti, pensaba: ‘No puedo fallarlo, el portero no puede pararlo’. Fue una experiencia maravillosa“, recuerda.
Y llegó la hora. Desde el balcón del área, caminó lentamente hasta llegar a la altura de la pelota, que golpeó con el interior de la pierna derecha, ajustado al palo izquierdo de Andrada.
El arquero adivinó la dirección de su disparo, por poco no lo detuvo, pero finalmente la bola traspasó la línea de gol a las 11:17 p.m. de ese día.
La primera reacción de Pelé fue irse directo a la portería para recoger el cuero y besarlo, para entonces decenas de reporteros, fotógrafos y cámaras le cercaron hasta el punto de que desapareció por unos segundos.
Segundos después apareció cargado a hombros por la multitud. Él levantó el esférico al cielo de Río de Janeiro. La afición del Vasco olvidó sus colores y siguió gritando el nombre del considerado por muchos: el mejor futbolista de la historia. Delirio en estado puro.
“Realmente es una cosa importante porque nunca esperaba, nunca soñé una cosa así. Fue un regalo de Dios“, relata el triple campeón del mundo con la selección brasileña en los mundiales de 1958, 1962 y 1970.
“Por eso siempre hablo, para todo el mundo, para los niños, para todos los jugadores: no piensen que tirar un penalti es fácil, es muy difícil“, añade.
En medio de la fiesta, la megafonía del estadio anunció la sustitución de Pelé y los aplausos se transformaron en pitos hasta que ‘O Rei’ irrumpió con una camiseta del Vasco en la que estaba escrito el número 1.000 y dio otra vuelta olímpica para delicia de los hinchas.