ALEXANDER GUTIÉRREZ/ EL PILÓN
A propósito de la vida y obra de ‘El rey Pelé’, más allá de sus marcas como deportista, que a los 17 años haya quedado campeón del mundo, ganado tres campeonatos mundiales con la selección brasileña y dos con el club Santos y convertido más de mil doscientos goles, su existencia enseñó una sola cosa: que uno es el nombre que reciben las personas y otro es el nombre que cada una de ellas esculpe.
Edson Arantes do Nascimento fue el hombre que cumplió el ciclo biológico que le corresponde a todo mortal. Nació, creció, se reprodujo y murió; pero Pelé fue el hombre que, con tan solo 9 años de edad, prometió a su padre que ganaría un mundial y terminó ganando tres.
Esas son las razones por la que muchos concluyen que Pelé nació de un pensamiento, de una convicción profunda, de creer en sí mismo antes de tener nada.
La historia cuenta que todo sucedió en la final de la primera Copa del Mundo después de la Segunda Guerra Mundial, en Brasil, año 1950, en tiempos en que el país había creado una imagen de sí, alrededor de la samba y el fútbol.
Y entonces, va a traer el mundial, pero lo pierden a manos de Uruguay, en el famoso ‘Maracanazo’. Brasil quedó ensombrecido de manera impresionante. En ese contexto, Pelé hace la promesa a su padre, João Ramos do Nascimento. Lo demás, ya es historia conocida por todos.
El escritor Eduardo Galeano dijo de Pelé: “Había nacido en casa pobre, en un pueblito remoto, y llegó a las cumbres del poder y la fortuna, donde los negros tienen prohibida la entrada. Fuera de las canchas, nunca regaló un minuto de su tiempo […] Quienes tuvimos la suerte de verlo jugar, hemos recibido ofrendas de rara belleza: momentos esos tan dignos de inmortalidad que nos permiten creer que la inmortalidad existe”.
La pregunta que en este tiempo se hacen los analistas es: ¿Qué nombre están esculpiendo las personas? ¿Qué pensamiento y convicción profunda tienen la gente de sí misma?
A esos interrogantes los pensadores añaden que no se trata de seguir estereotipos de ninguna clase, ni aspirar desbocadamente a los paradigmas de éxito que la sociedad impone. Basta con que cada quien escuche su conciencia y le meta el hombro y el corazón a lo que se cree es su deber en su paso por esta tierra.