Cada vez que algún personaje importanteopinaen periódicos o redes sociales sobre sus preferencias políticas para escoger presidente, paralelo a sus ideas y opiniones, sale una corte de criticones viscerales, con sus maledicencias atacando su forma de pensar diferente.
Esos mismos héroes, que antes eran reproducibles, hasta cuando se atrevieron a apoyar el bando contrario al de sus lectores, son esos mismos que con tanto fervor hemos levantado, convirtiéndolos en ídolos y con la misma facilidad con la que los erigimos, los derrumbamos de la noche a la mañana, solo porque entraron en desacuerdo con nosotros.
Hoy William Ospina, uno de los intelectuales respetados en este país, por sus ideas y aportes, ha terminado por ser el canalla del mes, porque se atrevió a expresar su preferencia por el proyecto de Oscar Iván Zuluaga a la presidencia. Sólo bastó que opinara, para que muchos de sus seguidores y lectores que antes lo aplaudían y amaban, pasaran a condenarlo sin respetar el derecho que tiene a escoger su candidato.
Aunque voy a votar por Juan Manuel Santos y lo expreso públicamente arriesgándome a que salga una turba de perseguidores a despotricar sobre mi escogencia, pienso que William Ospina sigue siendo uno de los grandes pensadores de este país a pesar que su opinión sobre la política actual no coincida con la mía. La diferencia de pensamientos no puede polarizarnos hasta el punto de perder el equilibrio en nuestro discurso; no puede volver esta aspiración presidencial, un duelo más que corrobora la poca necesidad de vivir en paz de muchos.
Somos una patria boba que se mata entre bandos políticos mientras los verdaderos enemigos llegan y colonizan nuestro país. Estamos tan entretenidos discutiendo sobre nuestros candidatos que no nos hemos dado cuenta de cuánto odio se ha metido en nuestro corazón, de cuánta violencia verbal tenemos en la boca al momento de opinar sobre los candidatos. Lo más extraño es que de ambos lados se plantea la paz,mientras dan señales inequívocas de violencia.
Seguimos repitiendo la historia de liberales y conservadores que hace menos de un siglo se mataban en los campos por mero color político, para terminar años más tarde, al igual que el Coronel Aureliano Buendía en Cien años de soledad, sin saber la verdadera razón por la cual peleaba una guerra irracional en la que libró 32 batallas,todas perdidas. Nuestro corazón está tan contaminado, acostumbrado a la guerra, que hemos terminado por parecernos a los personajes del Duelo, la novela de Joseph Conrad, en la que D’Hubert y Ferau de enemigos a muerte, terminan atrapados en un combate ilógico en el que desconocen el verdadero porqué de su contienda, pero que están tan metidos en su dinámica bélica que es imposible parar.
El duelo es un ejemplo preciso que encaja en la realidad colombiana; existe un Feraudobsesionado con el uso de la violencia y un D’Hubert, sensato y convencido en que la sana convivencia y la paz son una posibilidad. Sin embargo, ninguno de los dos da un buen ejemplo de esa paz que necesitamos.