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La guerra del escrúpulo

Cuánto calienta una frase, un apretón de mano a tiempo”: Rubén Darío. Yo diría: en el furor del coronavirus, cuánto calienta el alma un beso, y sin poder estamparlo, o un abrazo, y sin poder abrazar, porque se pierde en el prudente temor o en el patético terror. Ya ni se puede toser ni estornudar, porque apestas y tensionas, sumado esto a  la incertidumbre que genera establecer si el Covid-19 es un virus manipulado en laboratorio, como arma biológica, para los expertos es científicamente  imposible crearlo, sin soslayar la disyuntiva de gobiernos que le dan mayor importancia al tema económico, yo diría a sus propios intereses (negocios), que a la misma vida, como el caso de Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, fustigado por el gobernador de Sao Paulo: “La política que mata personas, no salva la economía”.

EL CORONAVIRUS Y EL PSEUDOPERIODISMO

En medio del sinfín de polémicas que surgen, aparecen ‘influencer’ alertando al ser humano del virus y los riesgos si no acata las medidas sanitarias.

Junto a la tecnología persuasiva que manipula hasta el pensamiento, emerge el poder masivo de mercado que ejercen los medios de comunicación en función de un periodismo mercenario, sin escrúpulo, y acompañado de un grupo de genios al servicio de una élite corrupta.

Los avances de la neurociencia, la economía de comportamiento y la psicología experimental se utilizan en planes maquiavélicos urdidos por el monopolio de una minoría con poderes políticos y financieros en perjuicio de una mayoría que debe pagar hasta con su propia vida, dada la superpoblación mundial tasada en 7.530 millones de habitantes.

A la par del terrorismo psicológico y el pánico vienen los mensajes de la comunidad científica, de médicos y paramédicos y personal de salud en general, considerados héroes y soldados de una guerra que afrontan a riesgo de su propia existencia, discriminados y mal remunerados, producto de un sistema de salud desfinanciado y colapsado, haciendo de tripas corazón para salvar vidas.

El mejor testimonio lo entrega un brasileño residente en China desde hace 15 años, basado en el control y disciplina, encerrado durante 40 días, hoy vuelve a la normalidad, compensado en no pasar meses luchando contra el virus. No salga de casa, es la mejor vacuna, y si sale a la calle que sea a lo estrictamente necesario, use tapabocas, deje sus zapatos afuera, límpiese con alcohol, lave la ropa y luego báñese bien, porque el virus dura activo 9 horas en el vestido y 12 en superficies, indica el protocolo, verbigracia de la distancia social de 2 metros.

Pero no han faltado los peores escenarios, como el despliegue militar de Estados Unidos en el mar territorial de Venezuela, en lugar de enfocar toda su capacidad en la lucha contra la pandemia y el desbloqueo para paliar la crisis del país bolivariano, plan de transición que Rusia califica de burla, tras el desespero de Donald Trump al descender en las encuestas y poner en riesgo su reelección, perfecta cortina de humo.

Paralelamente al presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, le ha tocado ordenar al Ejército y Policía disparar contra las personas que no acaten las medidas sanitarias dispuestas, sorprendidas en vía pública, para contener el coronavirus.

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Miguel Aroca Yepez: