¡No se desalienten ni entristezcan, porque el gozo del Señor es vuestra fuerza! (Nehemías 8,10)
Se define el gozo como ese sentimiento de complacencia en la posesión, recuerdo o esperanza de bienes o cosas apetecibles. Ese deleite o disfrute de tener o poseer algo bueno o agradable. Es la alegría de saber que lo que soy o hago vale la pena.
Ese camino hacia la realización personal está lleno de obstáculos. Tenemos que luchar contra rumores, críticas, juicios, condenaciones, divisiones con oposición y fatiga. En más de una ocasión habremos sentido el fuerte deseo de desistir de la tarea que teníamos por delante queriendo tirar la toalla.
Panoramas tan duros como estos son propicios para el desánimo, son tierra fértil para que la amargura y el agobio se instale en nuestros corazones y andemos con el semblante triste y abatido. Estas son las respuestas normales del alma a situaciones en donde la adversidad parece no tener fin. Las personas que persiguen una meta, no se dejan engañar por las circunstancias. Saben que esos sentimientos negativos deben ser tratados inmediatamente desde una perspectiva emocional y espiritual. Las personas sabias saben que, la tristeza que se instala en forma permanente en nuestras vidas afecta profundamente la manera en que vemos y hacemos las cosas. Nos lleva a actitudes negativas y de desesperanza. Nos invita a que dejemos de luchar, porque comenzamos a creer que nuestra situación no tiene arreglo. Nos conduce indefectiblemente hacia el camino de la depresión porque nadie puede vivir en forma indefinida con falta de esperanza. ¡Las personas desanimadas ya están derrotadas, porque han perdido la voluntad de seguir peleando!
Es menester reavivar el gozo, que es la fortaleza del espíritu. Jesús mismo, fortalecido por el gozo puesto delante de él, sufrió la Cruz. Este tipo de gozo es más que un sentimiento, es una convicción espiritual. Las circunstancias pueden ser adversas en extremo, pero el gozo viene cuando conseguimos quitar nuestros ojos de las cosas que se ven y ponerlos firmemente en las que no se ven que son eternas. Cuando nuestro corazón está lleno de gozo, somos imbatibles, porque nuestra vida está anclada en las realidades eternas del Reino y no en las temporales de este mundo. Es necesario, entonces, tener una convicción inamovible de que hay un Dios que reina, soberano sobre todas las cosas y que la especialidad de ese Dios es utilizar la adversidad y la derrota para traer bendición a sus hijos.
Amados lectores, no permita que las crisis de la vida lo entristezcan. Derrame su alma delante de Dios, como hizo Cristo en Getsemaní. Pase lo que pase, recupere el gozo de los que vencen. Su familia y cercanos necesitan ver a una persona que, no les teme a las dificultades y que sabe que nuestro buen Dios tiene la palabra final en todas las circunstancias. El gozo cotidiano se puede cultivar teniendo cada día un tiempo a solas con Dios en oración y estudio de su palabra. ¡Adelante, no pierda usted el gozo! ¡El gozo del Señor es su fuerza!
Abrazos y bendiciones.
POR: VALERIO MEJÍA.