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La fuerza de lo amable y el coraje del aguante

Reconozco que me emocionan aquellas gentes amables, con capacidad de aguante, que continuamente avivan encuentros en paz y por la paz. Suelen activar lo armónico en su lenguaje e impulsar el dialogo como una forma de trabajar unidos en la construcción de un ambiente tolerante y de respeto entre unos y otros. En efecto, los moradores del mundo presente, han de aprender a apreciarse y a entenderse más y mejor. Luego, si importante es desarrollar puntos de convergencia, también es fundamental promover un mayor grado de cooperación entre culturas, al menos para la mitigación del cambio climático, pues ha de darse la transformación de una economía gris a una economía verde, de una finanzas de intereses para algunos, a una riqueza que ayuda a vivir, porque realmente se comparten los beneficios, contribuyendo de este modo a fraternizar, en lugar de rivalizar y desunir.

Al fin y al cabo, una buena dosis de coraje, sobre todo a la hora de aceptar las diferencias, también socorrerá a propiciar sociedades más equitativas, a través de esa innata tranquilidad que injertan, por sí mismo, las medidas conciliadoras y servicios altruistas. Por tanto, lo objetivamente significativo es alentar al perdón y a la compasión entre las personas.

En la otra orilla existencial, también observo gentes depravadas, envilecidas como jamás, tan insaciables como insociables, que me entristecen a más no poder. Son esos gentíos de intransigentes que todo lo aíslan y envenenan. Solo hay que adentrarse en las redes sociales para ver las riadas de insultos o de hablar mal del semejante. Realmente somos una generación de charlatanes asesinos. Las habladurías, las calumnias, la difamación, es otra manera de matar que está ahí, y que tiene su raíz en el odio. Por eso, es substancial eliminar rencores.

Pensemos que en la Declaración del Milenio y su resolución 70/1, de 25 de septiembre de 2015, de Naciones Unidas, titulada “Transformar nuestro mundo: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible”, ya establece la importancia de propiciar sociedades pacíficas, justas e inclusivas, que estén libres del temor y la violencia. La contundente concepción de la mayor organización internacional existente de que “no puede haber desarrollo sostenible sin paz, ni paz sin desarrollo sostenible”, nos viene a decir, en definitiva, que la fuerza de lo agradable y el coraje del aguante, puede ser un faro luminoso, para el camino que nos espera, a poco que pongamos corazón en nuestras acciones, ya que son tantas las emergencias en el mundo de hoy, que muchas veces los recursos se quedan escasos. No olvidemos que sólo podemos darnos y salvaguardarnos en la vida, donándonos entre sí. Tengámoslo presente siempre.

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Víctor Corcoba Herrero: