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La fragilidad del hombre

¿Cuántas veces hemos sido conscientes de la fragilidad de la vida? ¿Cuántas veces hemos reflexionado que la misma nos tiene que ayudar a ser agradecidos con ella? Tal vez nos olvidamos que solo somos caminantes y errantes en un mundo que ni siquiera nos percatamos muchas veces que habitamos, de un planeta que nos importa un bledo destruirlo y que ni siquiera nos detenemos a pensar que cualquier día la misma Tierra nos arropará con cualquiera de sus elementos, y entonces ya será demasiado tarde para reflexionar en lo frágiles que somos.

Toda experiencia humana está marcada por la fragilidad, todos somos frágiles, nadie es de acero, nuestros cuerpos se enferman, se destruyen y mueren. Lo normal es que se consuman por el paso de los años, sería la ley de la vida, sería lo ideal; sin embargo, hay circunstancias de las cuales no podemos escapar que se presentan cualquier día y aunque gocemos de espléndida salud nuestro aliento se extingue en un abrir y cerrar de ojos.

Cuántos cientos de personas han muerto recién ante la devastación del fenómeno denominado DANA en España; vidas, se han perdido, lo más importante; pero si vamos más allá, los que sobreviven han perdido hasta la moral. El dolor ocasionado ante dicha catástrofe nos recuerda que la fragilidad es la posibilidad misma del dolor y por ello, para algunos, no tiene nada de bello en un sentido romántico, pero sí tiene, en cambio, la belleza grandiosa del drama de ser todos seres humanos viviendo en una comunidad y es entonces cuando nos golpea la verdadera fe que solo puede nacer de la humildad.

Hay muchos que miran la fragilidad del ser humano, de la vida misma, con desdén, una realidad propia de nuestra condición humana, porque aunque no lo queramos, somos inconscientes de ella. 

Hoy pregunto: ¿recordamos a Armero? Quizás los únicos que recuerden esa tragedia ocurrida hace algunas décadas sean solo los habitantes de la zona, los que fueron arrasados por la fuerza del volcán y los que sintieron la furia de la Tierra, los que enlodados en sus cuerpos aún llevan el barro muy adentro pegados como cicatrices del recuerdo de la tragedia. O, ¿quién recuerda hace siete años la avalancha de Mocoa? Solo los damnificados que tal vez hoy aún imploran ayuda o tal vez miran al cielo exigiendo explicaciones por sus muertos. Somos inconscientes de nuestra fragilidad, quizás cuando nos toque a nosotros entonces solo seamos capaces de reflexionar lo frágiles que somos. 

Nuestra fragilidad no solo depende del bienestar de nuestros cuerpos o quizás también de nuestras almas, también otra manera de palpar nuestra fragilidad es cuando el universo mismo nos manifiesta su resistencia ante nuestro afán de dominio. Muchas veces creemos que hemos subyugado el dolor, que podemos avasallar el espacio que nos rodea, manipular todo cuanto existe y cambiamos el rumbo y el curso de los sistemas naturales sin advertir que nos somos dioses, solo somos habitantes de un planeta que nos eligió para estar en él. 

Pero la Tierra nos recuerda que nos permite pisarla ante nuestra precariedad, que nuestras pisadas son breves y por eso nos advierte que la andemos con cuidado compartiendo nuestro andar y estadía con otros seres vivos que también habitan en ella, porque si no lo hacemos entonces se revela ante nosotros con furia, con fuerza, engañada y abusada y al final entenderemos que nada es inamovible y para siempre en este mundo.

Ojalá aprendamos que la fragilidad humana es un regalo, que ella invoca dentro de nosotros todo un aprendizaje a través de nuestra vida, la experiencia y la humildad de nuestro ego; que nos posibilita valorar la existencia de los demás y de nosotros mismos y a aceptar con bondad la necesidad de aceptarla y comprender que solo somos caminantes fugaces en esta Tierra. Después de lo sucedido en España recién creo que debemos aceptar las palabras dichas en alguna oportunidad por el Papa Francisco: “Que nos debemos dar cuenta de que estamos en la misma barca, frágiles y desorientados; importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos”. Bendita fragilidad humana que nos hace acariciar la Tierra agradeciendo a los que sobrevivimos día a día que vale la pena vivir por muchas cosas aún en el mundo.  

Por: Jairo Mejía.

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