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La filosofía de los libertarios

Adolfo Hitler.

Los filósofos son una rara especie animal caracterizada porque entre ellos no se creen nada de lo que dicen, mientras que los no filósofos los escuchan como si las suyas fueran la palabra de Dios en la tierra. Por ello, personajes como Heidegger en la Alemania de Hitler y Bruno Latour en los Estados unidos de Trump sentaron las bases de movimientos perversos: abrazados por estos demagogos de turno, en un caso llevaron a Europa al exterminio y destrucción, y en el otro impulsan movimientos contra el cambio climático que puede a acabar con la humanidad entera. 

Una característica esencial del pensamiento de ambos es su crítica a la modernidad y la negación de la ciencia como cúspide del pensamiento racional: según estas corrientes, la “doctrina” científica, si es que hay algo así, depende del contexto social e histórico. Todo es relativo, pregonaban tergiversando la teoría de Einstein, que afirmaba más bien lo contrario: Dios no juega a los dados.

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Gracias a pensadores como aquellos hoy se defiende que en la educación no se haga tanto énfasis en la ciencia y la matemática como en lo “humanista” y lo religioso, como si los grandes humanistas de la modernidad no hubiesen sido, ante todo, grandes científicos. Se igualan el creacionismo y la biología evolutiva, mientras que miles de personas mueren tontamente por COVID al negar la efectividad de las vacunas. Incluso el movimiento de los tierraplanistas tiene hoy gran acogida, y lo grave es que conozco pocas personas que sean capaces de dar un argumento sensato para refutar la idea de que la tierra sea plana (sospecho que la mayoría de la humanidad está en las mismas condiciones). 

Por lo mismo, gran parte de la población ignora las teorías matemáticas que refutan los principios de la mitad de las teorías políticas actuales, y más gente aún es incapaz siquiera de seguir dichas pruebas, o prueba alguna. De hecho, en mi carrera docente no he conocido el primer estudiante universitario que sea capaz de demostrar el conocido teorema de Pitágoras, aunque prácticamente toda la civilización está construida de una u otra forma sobre esta ley.

En lo que sigue trataré de hacer un ejercicio de divulgación. Debido al riesgo de perder la mitad de mis lectores con cada ecuación que mencione, procuraré no mencionarlas, aunque una fórmula valga más que mil palabras. 

Martín Heidegger

La idea es explicar cómo la teoría de la decisión racional y la teoría de juegos, ramas relativamente nuevas de la matemática, muestran que la anarquía y el libertarianismo (la doctrina que defienden los libertarios) parten de un principio que no funciona, es decir, lleva a colapsar los grupos sociales. 

Solo presentaré el dilema del prisionero, cuya estructura lógica es en esencia la misma que desvirtúa al menos un principio básico de estas políticas liberales extremas.  Hay al menos dos supuestos del libertarianismo: los humanos son egoístas, es decir, solo buscan su propio beneficio, y hay una mano invisible que se encarga de repartir los beneficios sin la necesidad de un tercer agente –un estado– que regule esta redistribución. Dado que parece suficientemente probado que el ser humano es egoísta por naturaleza, pondremos a prueba la idea de la regulación automática.

Partamos de una comunidad que se compone de solo dos individuos, Juan y José. Cada uno de ellos debe decidir entre, o bien cooperar con su vecino, o bien traicionarlo. Cooperar consiste en ceder parte del derecho propio a consumir todo lo que pueda de un recurso, agua de un estanque común, por ejemplo. Traicionar es, en cambio, tomar agua hasta que esta se acabe. Según la posición libertaria, debido a que los hombres son egoístas por naturaleza, es de esperar que cada uno explote el recurso en su propio beneficio. Suponiendo que hay una redistribución natural de los beneficios, llegará un punto en el cual la situación se estabilice y el recurso no se agote. La teoría de la decisión pone un puntaje –que representa las ganancias o pérdidas– según las consecuencias de una decisión. Una ley de dicha teoría, ley muy de sentido común, es la siguiente: escogemos las acciones cuyas consecuencias son, entre las peores, la mejor. 

Se llama regla “Maximin”, aunque yo la habría llamado la regla del menos peor. En este caso pondremos como puntaje los días de escasez tras la explotación del agua como un número negativo: si ambos traicionan, tendrán seis días de escasez: perderán -6 puntos. 

Si uno traiciona y el otro coopera, quien traicione no tendrá escasez, tendrá 0 puntos, y quien coopere tendrá diez días de falta de agua, -10 puntos. Si ambos cooperan, solo tendrán un día de escasez cada uno, -1 punto. Veamos cómo razonan nuestros personajes: si yo coopero, pero mi vecino traiciona, tendré -10 puntos; si yo coopero y mi vecino coopera, tendré -1; si yo traiciono y mi vecino traiciona, tendré -6; si yo traiciono y mi vecino coopera, tendré 0. Mirando los números: las peores opciones dan como resultado -6 y -10. 

Según la regla maximin deben escoger la opción menos peor; como suponen que su vecino es egoísta y traicionará, ambos escogerán la opción que da -6. Al final, tendrán seis días de escasez y morirán, pues recordemos que el ser humano solo puede sobrevivir máximo tres días sin agua*. Lo triste de este juego es que la opción “más racional” es siempre traicionar. 

*La siguiente tabla resume los puntajes: a la izquierda los puntos de José según la decisión que tome Juan, a la derecha los de Juan según la decisión que tome José:

JuanJoséTraicionarCooperar
Traicionar-6, -60, -10
Cooperar-10, 0-1, -1

El dilema puede extenderse a un juego con múltiples jugadores, en donde tenemos una paradoja similar, el dilema de la propiedad común. Aquí el resultado es el mismo: todos explotan sin control el recurso hasta que se agota, causando el colapso de la sociedad. Estos dilemas muestran la contradicción entre los dos principios liberales: el egoísmo y la búsqueda de beneficios. También muchos teóricos han dado la solución: un tercer agente o Estado que garantice la cooperación, justo en contravía del tercer principio radical de los liberales extremos o anarco capitalistas. Empíricamente ya hubo una prueba: en Grafton, Estados Unidos, un grupo de libertarios, en el año 2004, se hizo, democráticamente, con el poder local; disminuyeron la recaudación de impuestos y eliminaron regulaciones como el control de la basura y la alimentación de los osos, que afectaba el principio de libertad absoluta: cada persona tiene derecho a vivir su vida y a hacer con su cuerpo y con sus propiedades lo que considere pertinente, siempre que no interfiera con los derechos de otros a hacer lo mismo. 

Pues bien, para 2011, nos cuentan las noticias, las calles estaban llenas de huecos, no había casi luz pública ni recolección de basura, la biblioteca redujo su horario a 3 horas diarias y la vigilancia policial disminuyó porque solo había dinero para pagar a un policía a tiempo completo. Por primera vez en décadas la violencia arreció, con dos nuevos homicidios en una zona pacífica, y los osos invadieron los vertederos de basura y atacaron a los habitantes del pueblo. 

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Después del desastre, en 2016, los libertarios se fueron sin solucionar los problemas que ellos mismos habían creado.

¿Por qué habiendo argumentos sólidos contra una ideología política, o a favor de un determinado procedimiento médico o una vacuna, la gente es incapaz de entenderlas y las ignora? 

Sorprende que las exigencias de una educación más contextual y útil para la vida no pida enseñar probabilidad, teoría de la decisión racional y lógica, los fundamentos de las ciencias que analizan los dilemas aquí presentados. Esto se debe, creo yo, a la proliferación de esas teorías filosóficas absurdas, dentro de las que caben estos idearios sin mayor sustento: entre más confusión y oscurantismo haya, más fácil es vender políticos como solución a los problemas. 

Somos incapaces de reconocer contradicciones evidentes en un discurso político demagógico, como la defensa del libertarianismo al tiempo que se condena el derecho a decidir abortar, mientras caemos de frente ante falsas acusaciones de inconsistencia usadas para deslegitimar propuestas políticas un poco más serias, como la de usar ropa costosa siendo socialista, o la de ser hombre y defender el feminismo. 

En una situación desesperada como la que hay en el mundo actual, la gente tiende a obrar irracionalmente, a creer a estos ideólogos de la estupidez y, peor aún, a votarlos. Claro, los mismos que eligen a estos demagogos pueden, ante los problemas, dejar el pueblo, la ciudad o el país. 

Pero si los dirigentes mundiales continúan con estas doctrinas absurdas, dudo mucho que podamos mudarnos de planeta. Y a pesar de que la prédica de que la ciencia es relativa, y que todo es construcción social, ni las naves espaciales, ni los recursos son construidos socialmente: una vez se nos acabe el agua no podremos solo decir: “vámonos a buscar mejores condiciones de vida en las lunas de Júpiter”. No, al menos, sin una fuerte inversión estatal en ciencia y tecnología, otra de las cosas que los libertarios y los filósofos posmodernos se oponen.

POR: ALFONSO CABANZO /ESPECIAL PARA EL PILÓN.

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