Hoy, Valledupar se engalana, vestida con letras de colores, de aromas y tonadas, que recrean nuestros ojos, con palabras que se ajustan a los gustos de cualquiera; del que sueña cuando viaja al embarcarse, cuando abre un libro con el propósito y las ganas de reencontrar avenidas y caminos de conexión con la cultura.
Quien quiera recuperar el goce de las grandes obras literarias y el placer de las delicias del conocimiento, debe acudir a la cita que con altruismo ha compartido FELVA en su segunda versión, que gracias al esfuerzo de la empresa privada y principalmente al diario EL PILÓN, nos concede a los amantes de la literatura gozar de este maravilloso evento, donde se dan citas magníficos escritores que compartirán sus experiencias e historias, esas mismas que jamás deben cerrarse como una buena novela, porque una de éxito no debe tener desenlace, como no lo tiene, de ordinario, la vida.
Hay Feria, sí señores, los lectores y escritores acuden a compartir una pasión que los identifica, sin distinción de raza, edad, credo, clase u otras razones, en donde acaban descubriendo que convertir el sublime arte de la literatura en un puchero en la mesa no es tan sencillo, pues ambos confunden las emociones de la realidad con las ficciones de las historias.
Los escritores, como decía Virginia Woolf, acudirán tratando de explicarle al público oyente, sus lectores probablemente, de su intento obstinado, obsesivo, casi siempre inútil de que la escritura es como lanzar un balde al fondo de un pozo con la esperanza de subirlo lleno de agua cristalina. Casi siempre sube vacío o lleno de pedruscos, pero hay en el intento algo hermoso. Un intento lleno de luces y sombras, de éxitos y fracasos, al que asistimos en algunas de las historias donde no falta la ironía o incluso el sarcasmo como ingrediente para el guiso. Y así, el público cautivo que desea escribir también sus historias escuchará la invitación que se les haga de lanzar el balde al fondo del pozo para ver qué se logra sacar.
A propósito de esta Feria del Libro, recuerdo lo que escribió San Isidoro de Sevilla, que las letras se inventaron para recordar cosas que, al quedar fijadas por escrito, no caen en el olvido. Y son loables los que de una u otra forma pretenden mantener vivo el recuerdo de cosas que jamás deben olvidarse. Las palabras son las que emancipan al hombre de la naturaleza, de la evolución. La palabra es el punto de partida de la cultura y aunque no haya evidencias sobre el momento en que el Homo sapiens inventó la palabra, podemos aceptar que fue al menos hace cien mil años y que hace unos cincuenta mil o treinta mil años, éste había desarrollado un lenguaje simbólico y esto permitió que otros avances que habían surgido antes, como el uso de instrumentos, creación de imágenes, se unieran con el lenguaje para producir un cambio continuo y acelerado, según nos lo dice Jorge Orlando Melo, en su libro “Sobre la alegría de leer”.
El libro ha sobrevivido a holocaustos, a guerras, a dementes que han pretendido desaparecerlos, pero a pesar de todos los intentos para extinguirlo aún está entre nosotros. Lógico, ha evolucionado, desde la arcilla, papiros, códices o cuadernillos y hasta hoy nos permite que cada palabra sea deslizada por nuestros dedos en una pantalla líquida, pero, como sea, sigue aquí, apasionándonos.
Leer y escribir, en dichos actos participamos una parte importante de la población, lo cual transforma en cierto modo la conciencia de la gente, en donde las personas descubren que comparten informaciones y experiencias, como lo había manifestado y, ciertas formas de sensibilidad. Tal vez el texto escrito había sido un objeto sagrado e incluso cargado de esoterismo, el cual estaba solamente al alcance de una pequeña minoría de personas y así lo aprendimos de la antigüedad, hasta que los griegos crearon la idea del libro que podía ser leído por todos los ciudadanos y que a través de él, la ciudad podía avanzar hacia el conocimiento de lo que la rodeaba.
Amigos lectores, los invito a asistir a los eventos organizados por la Feria del Libro de Valledupar, en donde sin duda alguna estará presente la literatura, la gran educadora de los sentimientos y que a través de ella aprendamos a observarnos a nosotros mismos y a los demás y a conocer sucesiones de acontecimientos que no son lineales y tampoco previsibles, como caza de brujas, escándalos, profecías, crisis, metamorfosis, en pocas palabras, desarrollos que no reconoceríamos de no haberlos comprendido por la literatura, como nos lo dice Dietrich Schwanitz en el prólogo de la obra de Christiane Zschirnt, “Libros, todo lo que hay que leer”.
POR: JAIRO MEJÍA CUELLO.