La celebración la semana pasada de la primera Feria del Libro de Valledupar, FELVA, dejó sobre la mesa la capacidad de gestión cultural que tiene la empresa privada, cuya voluntad para llevar a término un evento de esta índole nunca cuestionó imposibilidades, por el contrario, las eliminó en silencio haciendo lo posible y más allá, logró abrir el centro histórico de la ciudad como un escenario para los libros, los autores y los lectores. Valledupar respondió de la mejor manera: con su público.
La programación de la feria fue absolutamente interesante y cada uno de los eventos, alrededor de cuarenta, marcó la agenda de una feria que sin duda irá perfilándose en temas cruciales como el Caribe, los narradores de la región, la historia regional, las nuevas tendencias en lectura y escritura, el periodismo como marca caribe, las relaciones entre cultura y política y la riqueza de las culturas ancestrales desde su comprensión espiritual definitoria de manera única de estar en el mundo. En ese conjunto que puede distinguirse, por ahora, hay suficiente arraigo, recorrido y material en la región, como para que esta feria se convierta en un escenario sin par de los mismos y abra al mundo los ojos sobre un valle que ha tendido sus manos por encima del círculo montañoso que la rodea y que teje cada vez más y con una serie de talentos indiscutibles sus relaciones y visiones.
Sin embargo, la alegría mayor de toda esta programación fue el público. Inquieto, ávido y agradecido, el público vallenato llenó cada una de las salas sobrepasando el aforo. No era un público de entrada y salida, era un público puntual, que se quedaba hasta el final y se desplazaba afanoso entre un evento y otro, con una gran emoción perfilada en los rostros y las sonrisas, en los saludos y abrazos por encontrarse durante esos cuatro días.
Y el público recaló en su diversidad, para hacer aún más diciente la acogida que tuvo la FELVA. Hubo siempre un nutrido grupo de las personas que conforman el sector cultural, de los vallenatos que siempre han estado y de los que han vuelto, pero lo que resultó más grato fue la presencia de los más jóvenes, de los profesores y de lo que yo distingo como la masa de profesionales en ejercicio que también llegaba a pesar de los horarios de trabajo.
Valledupar tiene una actitud política, discursiva, de conversación abierta y de interpelación directa y todo eso se ve reflejado en su público, que es así: político, discursivo, conversador y directo. Por eso tal vez le costaba tanto escuchar sin hacer ningún gesto, sin “hablarse”, sin saltar en cualquier momento con preguntas para los contertulios de la tarima, porque Valledupar es una gran tarima y el público reclama su lugar en ella.
Hubo charlas en las que casi hubiera tenido que cambiarse la disposición de las sillas para quedar en mesa redonda, debido a la exigencia de participación, en las que no tuvieron reparo en contradecir al expositor. Algunos podrán tener la impresión de que no es lo que llamamos “un público fácil”, pero sin duda será capaz de superar el aforo siempre, de preparase cada año para recibir a los escritores y sus libros, de formar lectores desde niños satisfechos con ver en su ciudad a los escritores que leen; también comprará cada vez más libros y mantendrá la fama de grandes anfitriones que le precede a los vallenatos.
En las ferias del libro no hay entrevistas, hay conversaciones, y la conversación tiene un tono íntimo entre quienes la comparten en el escenario, una intimidad a la que se suma el público vallenato en un salto de voz. Aplausos a un público que se convoca a sí mismo.