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La familia Solano Peralta

La vida de Rafael Solano Urquijo es una epopeya al trabajo, al amor y a la amistad.  Su estampa de caballero se reflejaba en su rostro siempre sonriente y en la afable decencia de su lenguaje; además, fue un hombre leal, pacifista y conciliador por naturaleza y Dios le concedió el privilegio de contemplar los atardeceres con la candorosa mirada octogenaria.

Rafael Solano Urquijo nació en Beltrán (Cundinamarca), el 2 de mayo de 1922, en el hogar de Antonio Solano y Juana Urquijo. Muy joven llega a esta región vallenata traído por Alfonso López Michelsen para trabajar en la hacienda ‘El Diluvio’, cercana a los pueblos de Caracolí y de Mariangola.  En Caracolí conoce a la profesora Petronila Peralta Guzmán, una elegante mujer que en su piel se tatuaba las brisas morenas de su nativa ciudad de Santa Marta.  El amor con su furor de olas conquista el mar de los sentimientos, y el 2 de febrero de 1951, en las festividades de la Virgen de La Candelaria en el corregimiento de Los Venados, reciben la bendición de matrimonio.

Rafael lidera labores del campo y con su visión de empresario organiza en la hacienda un comisariato y una despensa de carne para abastecer a los trabajadores de fincas vecinas.  Después de varios años de trabajo y con la exitosa gestión de su esposa, compran una pequeña hacienda y la bautizan con el nombre de ‘La esperanza’.

La casa de su hacienda era un edén de esperanzas, las corrientes del río dejan sus silbos cristalinos en el entorno familiar, Petronila con su vocación de maestra y madre  proyecta en sus hijos el amor por el estudio y con el apoyo permanente de su esposo hace realidad el sueño de verlos convertidos en profesionales: Omaira, arquitecta; Rafael Jr. Economista; Carmen, diseñadora; Juana, abogada; Miguel, ingeniero civil; William, administrador de empresas; Luz Marina, médico; Wilson, administrador de empresas; Zulma, Licenciada en preescolar, y Hermes, zootecnista.   

En Valledupar donde vivieron muchos años, el 17 de febrero de 2006 muere el señor Rafael, y al día siguiente una multitud silenciosa acompañaba el sepelio, sus hijos y nietos con un ramo de flor en sus manos, encabezaban el desfile fúnebre.  Yo era uno de tantos que caminaba conmovido por el dolor de la muerte, y evoqué los bellos momentos en nuestra casa de Mariangola, allí conocí al señor Rafael Solano que llegaba con su rostro sonriente a visitar a mis padres, porque además de la amistad los unía el fervor de ser liberales. 

A Juana, una de sus hijas, hoy mi vecina y compañera ocasional de caminatas en el parque Los Cortijos, le pregunté, ¿cómo recuerdas a tu papá?, y dijo: “fue un hombre trabajador, generoso, risueño, siempre dispuesto a ayudar en todo, respetuoso, y sabía ejercer la autoridad, corregía sin regañar a nadie”.  En la familia Solano Peralta, también son ángeles del cielo su madre y su hermana Omaira. Y desde la semana anterior, disfrutan la dicha de que uno de sus miembros, hijo de Wilson Solano Peralta y Nidia Gracia, Wilson Solano Gracia, profesional en Zootecnia y con especialización en Gerencia de Empresas, es el gobernador (e) del Cesar.

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