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La fábula del gallo mocho

Había una vez dos malos galleros y sobre todo no acostumbrados a las apuestas. El uno, era emotivo, alegre, entusiasta y folclórico, siendo beneficiario de un precioso gallo de pelea, ‘Carabino’, de hermoso plumaje y de muchas peleas habidas que lo hacían temible y afamado en toda la región y en los días de galleras populares cuando se presentía de su aparición acostumbrada, los dueños de cuerdas famosas le temían tanto a un reto con dicho gallo, que solo se sometían para enfrentarlo motivados por las prebendas ofrecidas para el manejo de la suerte

¡Voy tres a uno! exclamaba y vociferaba su dueño sin dejar de sentir el temor al destino.

El otro gallero, pendenciero, sereno sin ser calmado, pero silencioso; imprudente, sin dejar de ser jactancioso, tenía un gallo mocho, de escaso plumaje, criado a la deriva de una alimentación rutinaria, pero amaestrado para resolver sus angustias de riñas cotidianas, las cuales hacía con la victoria esperada y un invicto en su frente ayudada por la experiencia de su dueño. 

Un domingo de galleras, aporte principal en las fiestas regionales de los pueblos más importantes de la provincia, coincidieron los dos galleros, quienes además de ser compadres gozaban de la misma profesión: Educadores. ¡Voy tres a uno! exclamaba bañado de la emotividad el uno con su gallo bajo el brazo y acabado de alimentar para estabilizar su fortaleza.

¡Los tomo¡ …contestaba el otro, con frases frías y serenas que llevaban en su interior algún entusiasmo nervioso escondido, pero su seguridad se afianzaba en la barriga llena del gallo contenedor.

La astucia con algo de habilidad acabó con las aspiraciones del ‘Carabino’; gallo y dueño, dormidos en su entusiasmo ante la muerte inmediata del uno, y ante la angustia y las incredibilidades del otro, enmudecieron de tal manera el ambiente, que todos los perplejos asistentes se contagiaron de la melancolía del silencio.

El gallero triunfador rompió su silencio pendenciero jactándose tanto del triunfo que, en pocos días su gallo vencedor, desapareció de la cuerda de crianza para terminar como presa fácil de los sancochos parranderos. Los vientos del chisme soplaban la culpabilidad misteriosa y señalaban a su compadre contendor, cosa que quedó en la inmunidad eterna.

La serenidad y la astucia, aun no conociendo el arte de las riñas galleras, acabaron con las emociones sin sentido, que solo mueven las brisas del momento. La amistad y compadrazgo continuaron, pues sus raíces estaban enlazadas con el afecto mutuo y ambos aprendieron a ser modestos y sencillos por el resto de sus vidas.

Moraleja:

La experiencia ganará con mucha frecuencia, pero ufanarse del éxito hace daño, tanto daño que, dormirse en él, despierta la confianza, y esta no entiende de riesgos cuando ya ha aparecido la tragedia.

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Fausto Cotes: