Por: Juan Camilo Restrepo.
Da la impresión que al presidente Uribe lo están tratado de poner contra la pared algunos candidatos para que manifieste públicamente su preferencia por uno de ellos. Es decir, para que haga el famoso guiño en público.
Parecen olvidar que, de hacerlo, el Presidente le sumaría a las muchas irregularidades constitucionales que ha padecido recientemente el país (y que el fallo de la Corte puso en evidencia), otra más.
El guiño, por supuesto, puede hacerlo el Presidente Uribe en privado, a aquel o a aquella que crea que interpreta mejor las políticas que él quisiera ver continuadas. Está en todo su derecho de hacerlo. Pero lo que no le está permitido es dar su beneplácito en público a cualquier candidato que sea, o actuar de tal manera que pareciera estarlo haciendo.
Lo contrario rompería el mandato constitucional que impone al Presidente de la República el deber de presidir el debate electoral que se avecina dentro de la mayor ecuanimidad e imparcialidad.
Pero además, lo que sería todavía más grave: mandaría a los funcionarios de su gobierno un mensaje nefasto para que tercien en favor de un candidato o de otro. O para que favorezcan a un partido (así sea el suyo, como ya lo anda pregonando estridentemente el partido de la U) en demérito de las demás colectividades.
Resulta que en Colombia, afortunadamente, no vivimos dentro de la nefasta lógica del “dedazo” que se hizo famosa en los años omnipotentes del PRI mejicano.
En nuestro país tanto las leyes como la tradición política mandan que las sucesiones presidenciales funcionen de otra manera: el Presidente y el gobierno saliente están regidos por el exigente deber de observar absoluta imparcialidad en la contienda.
No estaba aún frío el cadáver del referendo reeleccionista cuando los doctores Arias y Santos se precipitaron hacia Cali a ver si le arrancaban al Presiente Uribe el codiciado guiño público. Como no lo lograron, cada uno salió a decir entrelíneas que había recibido del primer magistrado el beneplácito que lo ungía con el derecho a la primogenitura.
Grave error el que están cometiendo estos candidatos que, así sean los más cercanos al corazón del presidente Uribe, no pueden pretender que el Jefe de Estado salga a decir voz en cuello que por quién hay que votar. Ni mucho menos sesgar la opinión del voto de los colombianos dando a entender que existen candidatos de mejor familia política que otros por ser más cercanos a la Casa de Nariño.
Arias, por ejemplo, en sus vallas, se presenta como el candidato “del presidente”, y anda diciendo que él es el escogido porque Uribe dijo en alguna ocasión que era “una copia mejorada” del propio Presidente. Y aunque Santos ha sido más cauteloso en el lenguaje, se le nota el desespero por transmitir a toda costa el mensaje subliminal de que él es quien ha recibido el encargo supremo del presidente Uribe para sucederlo.
Ya veremos qué decide libremente la ciudadanía. Ya veremos si los votos Uribistas que, por supuesto, son muchos, resultan endosables simplemente porque alguno de los candidatos se presenta como el elegido del alto poder, y no porque sus propuestas sean las mejores.
El respeto que los candidatos le deben a la ciudadanía consiste en exponer con claridad sus programas para que ésta escoja con plena libertad y por los méritos de las propuestas. No en darle a entender a la gente habilidosamente que existe un “dedazo” desde lo alto que ya escogió primogénito.