Por: Jorge Naín
En vísperas de la Semana Mayor, época de meditación y recogimiento, como debería ser, y no de vacaciones y jolgorio como ahora se ha convertido, quiero aprovechar para analizar lo que ha ocurrido con nuestros músicos vallenatos desde el punto de vista de su espiritualidad y religiosidad.
El músico en general, y especialmente el vallenato, históricamente se ha identificado con la vida mundanal, los placeres carnales y terrenales, especialmente aquellos relacionados con licor, mujeres y hasta sustancias psicoactivas; sin embargo, ésta tampoco es una regla general la cual tengamos que aplicar a todos, porque el músico también tiene una sensibilidad especial que lo puede conducir a estados avanzados de espiritualidad.
Pero, como dice el adagio español: “Crea fama y échate a dormir”, donde llegamos los músicos vallenatos de inmediato nos catalogan de mujeriegos y toma-trago como mínimo, y después queda difícil desprenderse de ese estigma; aunque nosotros sabemos que en la música vallenata hemos tenido acordeoneros, compositores y cantantes que nunca en su vida tomaron licor, así como otros monógamos muy felices con un hogar estable por más de cincuenta años.
Ahora, en la medida en que nuestros músicos dejaron de ser exclusivamente campesinos e iletrados, también fue variando su forma de afrontar la vida. Algunos se han adentrado mucho más en la vida citadina y sus correspondientes vicios y problemas, mientras otros se han profesionalizado, de tal manera, que aquello que nació con arraigo popular hoy se ha vuelto más académico.
Hace algunos años era casi imposible encontrar un músico vallenato dedicado al culto de lo espiritual, a la alabanza de Dios o de Cristo; hoy los encontramos por todos lados, y eso ha hecho que poco a poco la percepción nacional hacia nosotros haya mejorado sensiblemente.
Sabemos que por amor al dinero en estas épocas de recogimiento son muchos los empresarios que organizan conciertos y parrandas a los que músicos vallenatos deben desplazarse, ojalá el término vacaciones fuese empleado por estos para meditar, acompañar a sus familias, reflexionar y ampliar su nivel de espiritualidad interna y social.
Celebro que la inquietud por acercarse más a Dios en nuestros músicos no sólo sea por parte de aquellos mayores, que por obvias razones terminan arrepentidos de su vida desordenada y mundanal, sino ahora de muchos jóvenes que desde un comienzo quieren darle a su vida un camino distinto al alejado de los valores y principios morales que tanto requiere nuestra nación.
COLOFÓN: Durante esta Semana Mayor, siempre previa a nuestro Festival de la Leyenda Vallenata, invito especialmente a nuestros músicos para que no olvidemos que estamos compuestos de cuerpo y alma, y que así como cuidamos nuestro cuerpo visitando al médico o asistiendo a un gimnasio, también debemos alimentar el alma, y como se dice en el Concilio Vaticano II: “De todas las criaturas visibles, sólo el hombre es capaz de conocer y amar a su Creador”.