La liturgia de la Iglesia divide el año en “tiempos” y con ello nos introduce en la contemplación y el estudio de las verdades de la fe: el Adviento es un tiempo corto de preparación para recibir a Jesús, cuyo nacimiento celebramos en Navidad y cuya vida pública y milagros conmemoramos en el tiempo Ordinario. Por su parte, la Cuaresma nos introduce en la penitencia y nos prepara para celebrar en el tiempo Pascual el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. De esta forma, la historia no es concebida como la mera repetición circular de acontecimientos, ni tampoco como una línea recta que nos impide volver a pasar por el corazón lo más importante, sino como una espiral en ascenso que, al tiempo que nos permite conmemorar y nuevamente vivir los misterios de nuestra fe, nos conduce hacia quien es el principio y el fin del tiempo: Dios.
El pasado domingo iniciamos el tiempo de Adviento y, en la primera parte de éste se nos insistirá en la necesidad de tener siempre ante nuestros ojos la segunda venida de Jesús: el mismo Jesús que caminó en este mundo, que fue crucificado y que murió, que resucitó y subió al cielo, “ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos”. El día y la hora de su manifestación están ocultos a nuestros ojos para que en todo tiempo mantengamos la esperanza y la expectación. Nuestro salvador vendrá y es preciso aguardarlo en vela, como los sirvientes que no conocen la hora en la que el amo volverá a casa, pero están despiertos para abrirle enseguida la puerta.
En el Padre Nuestro decimos: “Venga a nosotros tu Reino… Hágase tu voluntad” y, sin embargo, afirma san Cipriano, “nos resistimos y luchamos, somos conducidos a la presencia del Señor como unos siervos rebeldes, con tristeza y aflicción, y partimos de este mundo forzados por una ley necesaria, no por la sumisión de nuestra voluntad; y pretendemos que nos honre con el premio celestial aquel a cuya presencia llegamos por la fuerza. ¿Para qué rogamos y pedimos que venga el reino de los cielos, si tanto nos deleita la cautividad terrena? ¿Por qué pedimos con tanta insistencia la pronta venida del día del reino, si nuestro deseo de vivir en este mundo supera al deseo de reinar con Cristo?”
Y continúa el santo obispo: “Demostremos que somos lo que creemos. Debemos pensar y meditar, hermanos muy amados, que hemos renunciado al mundo y que mientras vivimos en él somos como extranjeros y peregrinos. Deseemos con ardor aquel día en que se nos asignará nuestro propio domicilio, en que se nos restituirá al paraíso y al reino, después de habernos arrancado de las ataduras que en este mundo nos retienen. El que está lejos de su patria es natural que tenga prisa por volver a ella. Para nosotros, nuestra patria es el paraíso; allí nos espera un gran número de seres queridos, allí nos aguarda el numeroso grupo de nuestros padres, hermanos e hijos, seguros ya de su suerte, pero solícitos aún de la nuestra”.
Preparémonos para celebrar la Navidad, pero preparemos también nuestra vida para la venida definitiva de nuestro Salvador, porque el tiempo, que tuvo un inicio, tendrá también un final.
Twitter: @majadoa