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La esencia de la composición vallenata

Tobías Enrique, Rafael Escalona y Leandro Díaz se convierten en el faro de las primeras andanzas de Gustavo Gutiérrez por el cancionero vallenato en los años de 1960.

La narrativa costumbrista era la característica predominante en los cantos de los juglares, pero la calidad poética de la canción vallenata se enaltece con el surgimiento de la figura del compositor. A finales de la década de 1940 empiezan a conocerse los nombres de Tobías Enrique Pumarejo y Rafael Escalona gracias a las grabaciones del cienaguero Guillermo Buitrago, la primera estrella de la música popular de Colombia. A pesar de que Buitrago no le dio el verdadero aire vallenato a estas canciones, se abrió una franja musical que superó en popularidad a los cantos que había grabado Abel Antonio Villa, ‘El padre del acordeón’.

Con Pumarejo y Escalona se refrenda la narrativa del cancionero vallenato, y se suma un elemento enriquecedor: la poesía con sus matices heredados del romancero español, renovado en el lenguaje popular de la comarca. Y ahí, cercano a Escalona, aparece el filósofo del canto, Leandro Díaz, físicamente invidente pero poéticamente luminoso, quien inspirado en la racionalidad de sus ideas, dijo: “yo sólo canto, después que logro pensar”.

Los compositores utilizan imágenes y metáforas para matizar sus versos. Agustín Fernández Del Valle afirma: “La metáfora expresa de modo intransferible e irrepetible lo que el poeta quiere decir”. Esta afirmación se comprueba al leer los versos de ‘La casa en el aire’, de Rafael Escalona, que según la Asociación Musical de la Nación fue elegida en 1999 como la segunda canción más escuchada en el siglo XX en Colombia. La primera fue el vals ‘El camino de la vida’ del antioqueño Héctor Ochoa Cárdenas.

Te voy a hacer una casa en aire
solamente para que vivas tú,
Después le pongo un letrero bien grande
con nubes blancas que diga Ada Luz…

Las canciones de Tobías Enrique, Rafael Escalona y Leandro Díaz se convierten en el faro de las primeras andanzas de Gustavo Gutiérrez por el cancionero vallenato en el año 1960; ya en sus genes traía los compases melódicos de valses y otros ritmos europeos y latinoamericanos que tocaban sus abuelos (Evaristo Gutiérrez y Genoveva Araujo) y su padre, también de nombre Evaristo, que tocaba piano y violín. Además, favorece su vena musical, su temprana afición por la poesía: antes sus ojos y para deleite de su espíritu, pasaron páginas inolvidables de los poetas españoles Gustavo Adolfo Bécquer, Antonio Machado y Federico García Lorca.

Gustavo es el precursor del romanticismo en el canto vallenato. Sus versos asonantes, con ritmo interior, sencillez trasparente y de fina hondura poética. Sus versos por sí sólo son musicales y lo demuestra cuando los declama. En palabras de Marina Quintero: “Gustavo Gutiérrez en el ámbito de la composición vallenata, marca una diferencia con la tradición narrativa –costumbrista, por cuanto la temática que introduce, el particular manejo del verso y la configuración innovadora de la estrofa orientan la expresión musical por el camino de la lírica”. Para Gustavo lo poético es universo que se deshace en espíritu humano y penetra en el corazón, más allá de la sangre, del sudor y de las lágrimas. Él sabe que “cada palabra posee, en virtud de su altura y su color acústico, un determinado halo afectivo”, como lo apunta Johannes Pfeiffer.

Y esa tarde, tarde de mi recuerdo
Dijiste con ternura te entrego el corazón,
Más allá de la sombra y de la luz estoy
Del rocío que se volvió canción,
Más allá siempre estará mi amor.

Gustavo Gutiérrez, primer ganador del Concurso de Canción Inédita del Festival Vallenato (1969), es el maestro referente de la generación de compositores románticos; pero el Festival Vallenato es el escenario que promueve el surgimiento de nuevos compositores y a los consagrados los motiva para que sigan produciendo canciones. Cabe anotar, que en armonía con los compositores también aparecen nuevos conjuntos, donde el cantante es el protagonista y estrella del grupo, los primeros en aparecer son los Hermanos López con Jorge Oñate y le siguen los Hermano Zuleta Díaz (Poncho y Emiliano), El Binomio de Oro (Israel Romero y Rafael Orozco), surge el fenómeno de las multitudes, el cantautor Diomedes Díaz, y muy cercano llegan los cantantes Beto Zabaleta e Iván Villazón. Hoy son muchos los conjuntos exitosos de música vallenata y también numerosos los compositores.

Para nadie es un secreto que el vallenato es la música popular representativa de Colombia. Cada día tiene más seguidores, se pasea por las plazas, por los grandes salones, se escucha en todas las emisoras y hay por televisión un ‘canal vallenato’. A pesar de que su faceta narrativa rural se ha perdido, porque hoy el compositor es citadino y la inspiración nacida en el asombro de la contemplación de la naturaleza, ya no existe. No obstante de estas realidades, todavía se escuchan buenas canciones y con el ingrediente que son bailables, cautivan a la juventud. Basta ver una presentación de Jorgito Celedón, Silvestre Dangond, Peter Manjarrés, Martin Elías Díaz y Churo Díaz.

Aunque también es cierto que a veces unos grupos graban canciones que carecen de sello poético, que rayan en lo ridículo y son estridentes al oído. (Pero no está de más aclarar que todo lo que se graba con acordeón no es música vallenata). Le recomendamos a las agrupaciones jóvenes que tengan un verdadero director musical para seleccionar las canciones y elevar el nivel de las grabaciones, y a los nuevos compositores que aprendan de los maestros, que lean poseía, escuchen buena música y no se afanen por la cantidad sino por la calidad.

Es hora de que existan ‘Escuelas de Compositores’. De esta propuesta deben abanderarse las Escuelas de ‘Talento Rafael Escalona’ de la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata y la de ‘Los Niños Vallenatos’ del Turco Gil: que eduquen niños con aptitudes poéticas para que surja una generación de compositores del siglo XXI que salvaguarden la esencia del canto vallenato.

“La metáfora expresa de modo intransferible e irrepetible lo que el poeta quiere decir”: Agustín Fernández Del Valle.

Por José Atuesta Mindiola

 

 

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