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La energía del abuelo Eduardo

En un día cualquiera del mes de agosto del año de la covid-19 bajo un exasperante calor, de esos que por muchas tardes nos abraza en nuestra querida Valledupar, el abuelo Eduardo en compañía de su nueva esposa la tía Mariam, muy molesto y bañado en sudor, con una enorme tapa de olla sopera soplaba desesperadamente sobre su humanidad para tratar de sofocar los casi cuarenta grados de temperatura que lo agobiaban.

El querido abuelo poeta por vocación, esta vez no endulzaba con su elocuente y delicado verbo el incómodo momento, por el contrario, de su boca brotaban palabras de grueso calibre contra la empresa Electricaribe, que una vez más había cortado de manera imprevista el servicio de energía, dejando quieto y en silencio a su infaltable amigo de días y noches calurosas: el abanico Sanyo.

En medio de su molestia narraba las medidas de contador por parte de los funcionarios de esta empresa, que más bien parecían de aceite como el mismo decía, pues se convertían en verdaderos mazazos acomodados sin ningún asomo de consideración en los recibos de cada mes, que le llegaban con precios como si fuera Rockefeller o Ardila Lülle.  

De esta forma sus comentarios subían de tono contando las veces que le cobraron una tal energía sin facturar que no solo le subía excesivamente el valor de una tarifa adicional, sino también la presión, la bilirrubina, el azúcar y el colesterol. Y es que al final le tocaba pagar como sea porque si no le suspendían el servicio, lo que lo llevó muchas veces a tratar de empeñar algunos electrodomésticos que al final no se los aceptaban porque se los habían quemado los infaltables bajones de energía.

Para rematar los constantes mantenimientos, la tala de árboles, las largas jornadas sin el fluido eléctrico y el sube y baja de la luz, eran engalanados con la cereza del pastel: el cambio de contador, que corría más que Juan Pablo Montoya en sus buenos tiempos y desde luego al llegar a la meta el premio lo recibía el pobre abuelo: el recibo más caro.

Y así, con una brillante y pronunciada calva, expresaba que la caída de su cabello se debía a los constantes dolores de cabeza que le originaba esta empresa y lo que más le molestaba era la impotencia que sentía y no precisamente la que le preocupaba por las noches a la tía Mariam, si no la que le originaba las respuestas negativas ante las quejas del pobre viejo por el mal servicio que le prestaban.

Por todo esto concluía que gracias a esta empresa seguíamos bajo el yugo de los españoles, que hasta se daba el lujo de sembrar oscuridad en los fondos de energía social y así sin más remedio terminó encomendándose a los santos José, Didier, Eloy, Alfredo, Cristian y muchos más, pero parece que el único que le abrió campo y le empezó a hacer el milagrito fue San Juan Manuel para comenzar a ver una luz al final de Electricaribe.

Después de esa calurosa tarde, el abuelo Eduardo nos sorprendió días después con una fiesta, eso sí, con todos los protocolos de seguridad y la ocasión lo ameritaba, Electricaribe por fin se iba, y con la ayuda de su amigo Don Iván, compañero de tertulia y que todo se lo acolitaba, quemaban voladores al compás de la algarabía de sus hijos, los tíos Omairo, Arnold, María Alexandra, José, Karolina y Adriana, junto con la bendición del sacerdote del barrio el Padre Juan, quien también se unió al festejo para darle la bienvenida a la nueva empresa de energía Afinia, confiando en Dios de que afinen el buen servicio para que no se le vayan las luces. Amanecerá y veremos si la tertulia para la próxima es diferente.  

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Deivi Safady: