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La elección

“No me elegisteis vosotros mí, sino que yo os elegí a vosotros…” San Juan 15,16

¡Tremendo valor el de Dios al confiar en nosotros! Podríamos pensar: “Que imprudente fue Dios al elegirme, porque no hay nada bueno en mí, y poco es lo que valgo”. Creo sinceramente, con el respeto y el cariño de cada lector, que esa es exactamente la razón por la que nos escogió.
“Sino que lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia”.
Mientras pensemos que en nosotros hay algo valioso para él, mientras especulemos que Dios nos necesita y que el cielo debe estar orgulloso de tener un miembro como yo, Dios no nos elegirá; porque él tiene sus propios fines y propósitos. Pero si le permitimos acabar con nuestra autosuficiencia y le abrimos un espacio en nuestras vidas, entonces nos escogerá para ser sus amigos y para ayudarle a cumplir sus propósitos de amor para con todos.
Somos propensos a afirmar que alguien es un buen cristiano porque tiene talento natural; pero la verdad, esto no tiene que ver con nuestras aptitudes sino con nuestra pobreza en el sentido que mientras menos aportemos, más tiene que traer Dios. No es lo que traemos con nosotros, sino lo que Dios puede poner en cada uno.
No es cuestión de virtudes naturales, fuerza de carácter, conocimiento o experiencia, pues nada de eso sirve al momento de la elección y por mucho que nos afanemos no podemos añadir a nuestra estatura un codo.
Lo único que realmente vale es que seamos atraídos hacia el apremiante propósito de Dios y nos convirtamos en sus amigos. El compañerismo con Dios es para los que reconocen su pobreza delante de Él. Dios no podrá usar a quienes creen que son útiles, sino a quienes crean, aunque nada tienen, que con su ayuda y en sus manos, pueden convertirse en instrumentos de cambio para su gloria.
Fuimos elegidos para ser sus amigos, y ese propósito nos constriñe. Pase lo que pase, debemos mantener dicha relación como un proceso lineal y no solamente como una experiencia única e irrepetible, no como un suceso puntual, sino como una relación de amor que crece, se alimenta y se va madurando con el paso de los días.
Así, el aspecto más importante de la vida cristiana no es el trabajo que hacemos, sino la relación que mantenemos y el ambiente de cambio y la generación de nueva vida que se produce a nuestra alrededor como resultado de esa relación.
Esto es precisamente lo que Dios nos pide que atendamos, y es tan sencillo que hasta tropezamos con su sencillez: “yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí y yo en él, este lleva mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer”.
Recuerda: mantengamos firme, sin fluctuar nuestra esperanza, porque fiel es quien nos llamó.
Abrazos y muchas bendiciones en Cristo…

Por Valerio Mejía

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