La semana pasada sufrí un accidente en una piscina que me produjo un fuerte golpe en la cabeza, lo que me hizo perder el conocimiento por unos cinco segundos. Fue tal que llegué a pensar que me había roto alguna vértebra o dislocado el cuello porque me paralizó toda la espalda y mover la cabeza me producía un fuerte dolor. Me sobrepuse como pude y descansé por unos minutos mientras se me pasaba el dolor; por aquellos actos de irresponsabilidad que uno comete en la vida, en vez de irme para la clínica por urgencias seguí bañándome como una manera quizá de convencerme que soy fuerte o que el golpe no fue lo suficientemente grave como para hacerme ir a la clínica.
Como era de esperarse, al tercer día no aguantaba el dolor y me fui para una clínica de confianza donde tengo a una amiga de gerente, por supuesto, eso le da a uno un plus ya que siempre está muy pendiente que el servicio sea eficiente. Hice mi triaje, como debe ser, y una vez me atendieron la médico que me revisó después del respectivo regaño (eso sí, con mucho cariño, por haberme tardado tanto en asistir a recibir atención médica) sugirió que lo más conveniente era que se me practicara una resonancia para descartar cualquier cosa; como todos sabemos, el médico que hace el triaje no es el mismo que atiende la urgencia y como aparentemente no tenía nada grave, pues llegué por mis propios medios y sin acompañante, debí hacer el trámite de ingreso para que internamente me hicieran el traslado a una clínica de alta complejidad.
Surtidos todos los trámites administrativos, pasé al consultorio del médico, les pido me perdonen por lo que voy a decir, me van a tratar de cavernícola, de anticuado, de lo que ustedes quieran, pero para mí la frase de Julio César respecto a que “la esposa del César no solo tiene que serlo sino parecerlo”, es de obligatorio cumplimiento. El médico no superaba los 25 años, un corte de cabello que más parecía el de un cantante de música urbana, lleno de tatuajes, y un desparpajo que más bien lo hacía parecer que se equivocó de profesión o definitivamente al día de hoy solo basta con estudiar los semestres reglamentarios, ganarlas por encima de tres y recibir el respectivo diploma y acta de grado que los faculta para ejercer la Medicina. Conste que los encuentras en todas las profesiones.
Después de hacer el ritual que hacen detrás de la pantalla del computador, las dos preguntas del manual, de inmediato soltó el diagnóstico y el tratamiento: “Lo voy a mandar para la casa con analgésicos”; todos sin excepción sabemos lo que eso significa, dos cartones de ibuprofeno o acetaminofen que ya uno ni se inmuta en irlos a reclamar porque cuesta más la espera que el “pastillerío” ese que termina uno tomándose tres a lo sumo y el resto queda por ahí tirado; por supuesto, mi reacción fue de molestia y le dije que no estaba de acuerdo con su diagnóstico puesto que sin ser médico lo mínimo que debía hacer era ordenarme una placa. Su respuesta fue peor que su primer diagnóstico, que no ordenaba estudios diagnósticos porque yo era un paciente contributivo, todos sabemos lo que significa.
No sigo la historia porque se acaba el espacio de la columna solo en el incidente de la clínica, porque el tema central es la irresponsabilidad (pero muy conveniente) de universidades y del sistema en sí de graduar profesionales exprés particularmente en actividades que requieren una madurez alta y, por supuesto, una experiencia que solo dan los años de práctica. No me malinterpreten, pero la misma ciencia establece que el cerebro humano se termina de desarrollar a los 21 años y el varón adquiere la madurez solo hasta los 40 años, ¡ah, pero eso es un sacrilegio decirlo, el mundo es de lo jóvenes!
Nada ni nadie va a cambiar esta realidad, de hecho, cultural y socialmente se convirtió en una competencia a ver quién logra sacar más rápido a los hijos y en ese afán terminamos entregando a la sociedad muchachos que en su mente quieren ser influencer o cantantes famosos, amén que el sistema volvió a los adultos unos desechables dando paso a una generación de muchachos que a pesar que son brillantes en algunas áreas en otras son un peligro ejerciendo.
Por: Eloy Gutiérrez Anaya.