La canción folclórica vallenata, además de sus ejes costumbristas, pastorales y románticos, tiene una vertiente ecológica que testifica la simbiosis entre el autor y el entorno natural. Rito Llerena, al referirse a este grupo de canciones, observa en el aspecto poético la recurrencia de metáforas y símiles vehiculizados por los nombres, imágenes y comparaciones con los elementos de la flora y la fauna locales, expresando así el conocimiento que se tiene del ambiente ecológico.
El compositor de la canción típica vallenata es de origen pueblerino, su infancia tuvo una interacción con la quietud frondosa de los árboles. Un árbol en esta región tropical es un territorio sagrado del camino; es una tregua para el calor y el cansancio. Para el hombre el árbol es un albergue vital de su respiración y sus alimentos; es la esencia material de la vida, porque es el único ser capaz de transformar la energía lumínica en alimentos. La interacción hombre-árbol, conocida como relación fitoantrópica, está presente en algunas canciones en las que se asocia el árbol con la queja de amor verbalizada. Esta evidencia es notable en los siguientes autores:
En Alejandro Durán, ‘El Negro Grande del canto vallenato’, su relación fitoantrópica es con el campano, árbol frondoso muy común en lugares de vaquería. El Paso, la tierra de nativa de Durán, es una región netamente ganadera, ahí abunda este árbol, que sin duda tuvo interacción con la vida del juglar. En la canción ‘Los Campanales’:
Abajo de los campanales
donde cantaba el pajarito
si el guayabo me matara
déjenme morir solito…
El árbol simbólico que hay dentro de Abel Antonio Villa, según la óptica, es el higuerón, un árbol de madera fuerte, usado para la construcción de embarcaciones:
Debajo, debajo del higuerón
donde solo te esperaba
ahí me diste tu amor
y mi amor también te daba.
En Leandro Díaz emergen dos árboles conocidos. Uno, el mango, árbol nativo de la India, que encontró en la riqueza del sueño vallenato su tierra prometida. Hoy es tan nuestro como el acordeón y el río Guatapurí.
Debajo del palo e’ mango
donde yo quiero abrazarte
y al oído preguntarte
negra que te está pasando.
El otro árbol en el interior de Leandro es el cardón guajiro.
Ayer tuve una reunión
con la pena y el olvido
después de la discusión
la pena perdió conmigo.
Yo soy el cardón guajiro
que no marchita el sol.
Miguel Yanet Díaz, el mariangolero, paisajista del canto. El nombre del conjunto ‘Playoneros del Cesar’, cuyo fundador fue el acordeonero Ovidio Granados, era en honor a los playones del Cesar donde trabajaba de jornalero en las haciendas ganaderas. De las que se conoce como una de sus primeras composiciones, exalta la presencia del árbol y las sabanas, ‘Palito de matarratón’, el alcahuete de sus amoríos.
Ese palito de matarratón
que queda en el centro de la sabana,
ahí fue donde conocí el amor
y empecé a quererlo con toda el alma.
En el polisémico compositor Rafael Escalona deben emerger en su interior muchos árboles. Sin embargo, uno muy significativo es el peralejo, muy común en las Sabanas de El Plan, la tierra de la vieja Sara (tronco genealógico de las dinastías Zuleta y Salas); lugar agradable y folclórico donde Escalona solía parrandear. En ‘El destierro de Simón’:
Y me cuentan los amigos que lo vieron
Que ese hombre salió del pueblo loco de decepción
Y en el camino sobre un peralejo
Se quedó enganchado el sombrero de Simón.
Otra clara evidencia de la visión fitoantrópica en Máximo Movil es El laurel, un árbol corpulento y resistente a la creciente y a los vendavales.
Yo me siento lo mismo que un laurel
que ha nacido a la orilla del Cesar
la corriente lo puede tambalear
se sostiene y no se deja caer.
A la par de la relación hombre-árbol, también se da la relación hombre-animal, que se conoce como visión zooantrópica, según la cual cada ser humano se identifica con un animal. Alfonso Molina, un juglar de los pueblos del departamento del Atlántico, se identifica con el cóndor, en ‘El cóndor legendario’:
Soy un hombre solitario
confundido en mis lamentos
soy como esos cóndores que el tiempo
los va convirtiendo en legendarios.
En este grupo de asociaciones sobresale el maestro Escalona, quien conoce, como los mamos indígenas koguis y arhuacos, el lenguaje de las aves. En ‘El medallón’ (Don Fidel):
Como yo entiendo el canto de las aves
que hay a orillas del río Cesar
hablo con el rey de los turpiales
para que a tu casa vaya a cantar.
Por momentos un Gavilán cebado, que vive cazando palomas
De la Sierra a Villanueva
pasa un gavilán bajito
está diciendo que se lleva
a una paloma que ha visto.
Pero como no siempre el triunfo es del cazador, él no esconde su nobleza de humano para cantar ‘La Golondrina’:
Caminando por la tierra
o navegando por el mar
quizá llegaré a encontrar
un lugar donde no hay pena,
y como no lo puedo hallar
sino vagando por el mundo
como una errante golondrina
que no se sabe a dónde va
De este tipo de canciones que establecen relaciones con algunos elementos de la naturaleza, han surgido otras de mayor transcendencia, con gran sentido relevante en la defensa y protección ecológica. En estos tiempos difíciles en que se pronostican la descongelación de los nevados (por la tala de bosques y la capa de humo que recalienta el planeta) y la extinción de muchas especies vivientes, algunos compositores vallenatos no han ignorado esta problemática: hombre-naturaleza.
Adolfo Pacheco, el sanjacintero que conquistó el corazón de los vallenatos con los colores palitiaos de su ‘Hamaca grande’, escribe una canción enternecedora con un trasfondo ecológico (reflexión sobre la libertad de los pájaros) ‘El Mochuelo’:
En enero joche se cogió
un mochuelo en las sabanas de María
y se los regaló
no más a la novia mía.
Ágil vuela busca la ocasión
de salir de esta cárcel protectora
y grande es el furor
de esa ave canora…
Un verdadero visionario, que desde mucho tiempo entendió los desastres ecológicos es Julio Oñate Martínez. ‘La profecía’ es un testimonio de sensibilidad y protección por la naturaleza:
Allá arriba en el imperio de la arena
un indio llora su pena, mirando a Valledupar
no comprende que se hicieron las barreras
las que protegían sus tierras, ya no hay nada que contar
Destruyeron de manera irresponsable
los bosques de dividivi, su barrera natural
y tumbaron esos grandes cafetales
allá arriba en La Guajira no ha quedado ni un guayacán.
Por José Atuesta | EL PILÓN