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La disidencia de las Farc

El proceso de paz continúa avanzando a pesar de los inconvenientes que se han presentado, superando los temores provocados por el pronunciamiento de la Corte Constitucional sobre el denominado Fast track en el congreso ó por las fuertes críticas de quienes se oponen al proceso, muchos de ellos basados en mentiras, exageraciones e imprecisiones. Indiscutiblemente la entrega de armas de la guerrilla de las Farc es de lejos mucho más transparente que la realizada por los paramilitares en el gobierno de la seguridad democrática, por lo menos este cuenta con el seguimiento y vigilancia de la ONU aunque no le guste a la señora María Fernanda Cabal.

En este proceso la constante ha sido atacarlo por cualquier cosa, que la pregunta del plebiscito era tendenciosa o no, que Timochenko ofreció perdón en lugar de pedir perdón en Cartagena, que no entregaron todas las armas, que no confían en la ONU porque está la Unión Soviética; todas y cada una de esas manifestaciones no son otra cosa que la inconformidad de un sector, y vale la pena decirlo, muy amplio que no solo no cree en el proceso sino que quiere “volverlo trizas” engañando a los demás.

Entre muchas de las cosas que causan nervios en este proceso es la posible disidencia de las Farc que puedan continuar en la insurgencia y seguir con su campaña guerrerista, desconociendo lo acordado por los altos mandos de ese grupo y el gobierno nacional. La disidencia es un fenómeno natural en este tipo de procesos y lo ocurrido en el proceso de los paramilitares es un apropiado ejemplo de ello, más aún porque en este departamento vivimos en carne propia la sucesión entre esos grupos que no quisieron ser parte del proceso propiciado por el gobierno de Uribe ó no se sometieron a la justicia.

Después del proceso con los paramilitares en este departamento surgieron grupos que ocuparon el lugar que dominaba Jorge 40 en el Cesar y el Magdalena, recordemos a los hermanos Mejía Múnera que recorrían las carreteras y conformaron la banda conocida como Los Nevados y en poco tiempo se dejaron sentir con homicidios en las calles de Valledupar, aparentemente exigiendo los bienes que habían quedado en manos de testaferros del paramilitarismo en Valledupar entre ellos abogados, políticos, ganaderos, comerciantes, etc.

Una vez se dio con la captura de uno de esos mellizos y la baja del otro, surgen las Águilas Negras, las Autodefensas Gaitanistas, Los Urabeños, Los Rastrojos y por último el más reciente grupo del terror el Clan del Golfo; generando inicialmente una guerra entre bandas para imponerse uno sobre otro y apoderarse del territorio de quien resulte vencido, provocando una oleada de terror, muerte y extorsión como notificación de la nueva pandilla del barrio, todos estos criminales descendientes del mismo tronco: el narcotráfico.

La disposición de una parte de la guerrilla de entregar sus armas e incorporarse al Estado Social de Derecho debe ser siempre motivo de aplausos, así como la disposición de una parte de los paramilitares que decidieron cambiar el rumbo de sus vidas y abandonar el crimen, como docente he tenido la oportunidad de conocer a quienes en el pasado estuvieron en las filas de las autodefensas y hoy conviven con el tormento que les deja cada recuerdo de esas épocas y con la aspiración de construir un mejor futuro para ellos y para la sociedad; quienes decidan mantener su vida sometiendo a los demás con las armas, deben ser perseguidos incansablemente por el Estado, pero el gran éxito del proceso no es que todos dejen las armas, es lograr que al menos una vida cambie creyendo en la paz.

Por Carlos Andrés Añez Maestre

 

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