Tres factores desesperan al mundo: desigualdad, desconfianza y miedo. La humanidad es cada vez más desigual y por eso la gente ha llegado máximos niveles de intolerancia, ya no solo en el tercer mundo sino en países desarrollados; que en Francia, la 10ª economía del mundo, se produzcan cacerolazos, es un indicador de malestar muy sentido; la hiperbólica concentración de la riqueza está haciendo trizas a las naciones.
Según la CEPAL, la igualdad es el fundamento del desarrollo y por lo tanto se debe construir un Estado de Bienestar que otorgue salud, educación, vivienda y transporte. Un Estado debe ser un árbitro imparcial que regule la equidad y no estar al servicio de una elite. Para la CEPAL, la cultura de privilegios naturaliza las desigualdades. Yo añadiría que banaliza sus enormes desaciertos. América Latina es la zona más desigual del planeta, el malestar llegó a un punto de no retorno.
Hoy, en AL 191 millones de personas se encuentran por debajo de la línea de la pobreza y 72 millones por debajo de la línea de la pobreza extrema, cuando en 2015 eran 174 y 52 creciendo a tasas promedias de 2.36% y 8.47% en forma respectiva. En AL el Gini era 0.46 en 2002 mientras que en 2018 fue 0.60. Cada vez la situación empeora y de ahí el malestar que siente la sociedad.
La mala redistribución es el único intruso que hay en cada país, no es la envidia de unos cuantos ni el accionar de vándalos. Según el economista e investigador social Jorge Luis Garay, el 0.1% de los contribuyentes más ricos obtiene el 20% de los ingresos y el 10% se queda con el 51% de los mismos, además, el 20% más rico recibe el 51% de las mesadas pensionales. Dice, además, que no es cierto que los ricos paguen demasiados impuestos porque su tasa de tributación efectiva oscila entre el 2 y el 4.8%, con unas gabelas que hace dos años ascendieron a $8 billones; la tesis neoliberal dice que la desigualdad es básica para crecer y generar empleo, más esta teoría es falsa, inhumana y contradictoria porque cuando se crece no debe incrementarse el desempleo como aquí ocurre; no hay que ser economista para darse cuenta de esta falacia.
La pobreza extrema de Colombia es del 10.9% y para llevarla al 3%, metas del milenio, habría que crecer, al menos, al 6% anual, misión imposible. Acorde con la concentración de la riqueza, no por el Gini sino por ingresos, Colombia es el país más desigual de América Latina; se necesitarían 11 generaciones para salir de la pobreza, 330 años (en Dinamarca son 2G), según la ODCE. La desconfianza es otro factor que pone a los pueblos en vilo; el cuento del pastorcito mentiroso es doctrina, la prevención es total.
En 16 meses de gobierno (¿?), Duque no convence al 70% de los colombianos, pocos le creen. Tampoco se cree en los otros poderes, cooptados por extraños intereses; Y, si no hay confianza, la gobernanza es imposible.
Finalmente, el temor institucional inoculado es un atajo social; la gente se siente amenazada, “con el rabo entre las piernas”, temerosa de perder oportunidades y la seguridad familiar, así como la vida, ante un Estado gendarme; aquí una protesta o una justa reclamación pueden significar la muerte o al menos, una estigmación social; el Gobierno se quedó sin argumentos y sin capacidad de diálogo; vivimos bajo el síndrome del tramojo y de la tierra arrasada.