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La democracia en cuidados intensivos

Según la definición griega de democracia, esta es el “gobierno del pueblo”, un constructo ideológico para ejercer el poder con anestesia, abusando de la gente. Nos han dicho que en democracia existen tres poderes autónomos e independientes que confluyen para darle forma a la antigua definición, así lo concibió Montesquieu. Pero debajo de esta palabreja subyacen otros poderes como la prensa, llamada el cuarto poder, esa que se encarga de darle maleabilidad a las expresiones y acciones de los gobiernos, periodismo prepago; esa que convierte mentiras en verdades y convence a toda una Nación de que son correctas las políticas y acciones del gobierno; hoy ya no es prensa sino medios digitales. 

Por lo general, los pueblos no gobiernan, al menos en las republiquetas bananeras como Colombia donde se impone una élite excluyente llamada plutocracia, la cual administra el erario. Pero a estos medios de validación política les salió competencia de poder, se trata de la Registraduría; siempre se ha dicho que quien escruta gana y ha sido así. Muchas de las guerras civiles que tuvimos se debieron a la insatisfacción con los resultados electorales. En un país de pillos, construir una incipiente democracia ha costado mucha sangre así esta sea fácil y susceptible de perfectibilidad que algunos no quieren. 

Ahora ganar procesos electorales es mucho más eficaz utilizando tecnologías de punta, los software, que en apariencia transparentan este proceso. La Registraduría nuestra se convirtió en un monstruo, un imperio dentro del Estado. Para las elecciones venideras ya está desarrollando varias estrategias inquietantes. Le pidió la renuncia a los registradores regionales y locales y la contratación de un nuevo software se hará a dedo, después de declarar desierto el concurso para hacerlo. 

La fresa del pastel es el anuncio del registrador, en el sentido de que dispone cinco millones de cédulas adicionales al censo de población, incluidos muertos; un gran colchón para el fraude. Todo viene a pedir de boca; la página de inscripción de nuevos votantes permanece caída así que muchos de los jóvenes que por primera vez van a sufragar, con mucho poder constituyente, no podrán hacerlo; en España, al menos, los consulados móviles no facilitan la inscripción de nuevos votantes. 

Antes los jurados eran escogidos de la nómina pública, ahora provienen de empresas fantasmas, bien aceitadas y con turbias instrucciones; hasta los jurados han sido privatizados. La suspensión de la Ley de Garantías Electorales y la nueva nómina burocrática de la Procuraduría cierran el paquete de la trampa. Aquí hay muchos recovecos; algunos analistas han determinado que un elector, en promedio, dura dos minutos votando, esto es, la media de sufragantes en una mesa debería ser de 240 personas durante los 480 minutos en que transcurre la jornada electoral, pero algunas superan esta cifra. 

En las elecciones presidenciales de 2018, de las 90 mil mesas habilitadas para votar, Petro ganó en aquellas donde votaban, al máximo, 240 personas, que fueron 34 mil mesas; en las 56 mil restantes, donde votaron más de esta cifra, ganó Duque; de allí salieron dos millones de votos. Esto es muy curioso. No es saludable que la suerte de Colombia dependa de la Registraduría, de los magnicidios selectivos y hoy de las bodegas mentirosas, distorsionadoras de lo fáctico. Tenemos una seudo-democracia con muchas patologías, ya en UCI e intubada. Para estar de alta no basta votar, tampoco se pretende la uniformidad ideológica porque esto sería tóxico. Se requiere un equilibrio móvil, no estático.

Por Luís Napoleón de Armas P.

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