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La democracia después de la Covid-19

El coronavirus (covid-19) nos ha llevado a preguntarnos sobre ¿cuál será el futuro de las sociedades globalizadas si siguen aferrándose a un pasado oscuro? o ¿qué pasará entonces con el planeta y la humanidad? Sé que en estos momentos se nos pasean en la cabeza muchísimas preguntas, pero a estas dos que he mencionado inicialmente sería pertinente darles respuesta de forma urgente, debido a que el mundo va en camino a la servidumbre y a la destrucción del planeta. Aunque esto suene apocalíptico.

Sin embargo, para darle respuesta a estas dos preguntas, es necesario recurrir insistentemente a la palabra democracia. De ella sabemos, como bien lo expresó el político inglés Winston Churchill, que: “La democracia es la peor de todas las formas de gobierno, a excepción de todas las demás”[1]. Esta expresión denota principalmente por un lado, que hay otras formas de gobierno peor que la democracia y, por el otro lado, crea una desconfianza profunda no solo sobre los gobiernos si no también con la participación y la movilización ciudadana.

De igual modo, históricamente esta desconfianza hacia la democracia, la sociedad civil la ha pagado fuertemente. Más aún cuando se asume efectivamente la palabra democracia, al final se impone el consenso. En efecto, esto no significa que con el consenso va a desaparecer el conflicto; por el contrario, es el medio a través del cual se tramita la pacificación de los conflictos. En otras palabras, la democracia nos tiene que llevar a construir consenso entre los pueblos y no a recurrir a la violencia. Pues, la democracia es el valor universal que hemos adquirido a través del proceso de la civilización.

No obstante, no está demás señalar que después de la covid-19, no podemos continuar con la democracia neoliberal, ya que ha agravado los conflictos étnicos, la disgregación de los estados-nación en regiones multinacionales, el incremento de las desigualdades y la reducción de las libertades. Esta “difusión de la democracia”[2] no es la que necesitamos, va en contra de la humanidad y del planeta. Esto puede ser “la mejor razón para aprender historia: no para predecir el futuro, sino para desprendernos del pasado e imaginar destinos alternativos”[3].

Ahora bien, para contestar las preguntas mencionadas anteriormente, y por mucho que la democracia esté en crisis, hay que tomar la palabra para crear un mundo posible a favor de la humanidad y del planeta. Asimismo, el gran avance del desarrollo de la ciencia y la tecnología que existe, promueva nuevas fuentes de empleo y no para sustituir la mano de obra por la de robots ni tampoco que sea usada para domesticar y eliminar las emociones de la especie humana. También, la tecnología es clave para reducir el calentamiento global y salvaguardar nuestro planeta. Para eso, además, se requiere cooperar con medidas globales, ya que la covid-19 reafirma sin lugar a duda el mundo globalizado.

Aunque la covid-19, ha profundizado la crisis de la globalización económica, social y política en el mundo, podemos seguir arreglando nuestras diferencias por la vía de la democracia. Y para que funcione es conveniente que sea anti-populista y anti-elitista tal como la experimentó en aquel entonces Estados Unidos para salir de la Guerra Civil de 1861 al 1865, y tanto fue que el francés Alexis de Tocqueville la intituló: la democracia en América.


[1] Esta expresión fue extraída del texto: Guerra y paz en el siglo XXI, del historiador Eric Hobsbawm, p. 128. Además, el historiador le hace básicamente un cuestionamiento a la democracia liberal.

[2] Expresión es acuñada del historiador Eric Hobsbawm en el texto: Guerra y paz en el siglo XXI. (Buenos aires; Editorial Argentino, 2012).

[3] Yuval Noah Harari. Homo Deus; breve historia del mañana. (Bogotá; Penguin Random House Grupo Editorial, 2016) P. 79.

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Janer Andres Sanjuanelo Obregon: