Por: Luis Elquis
Desde el momento del cambio de gobierno el pasado siete de agosto de 2010, los colombianos notamos que no solo el tiempo había terminado para el presidente Álvaro Uribe, también presenciamos desde el primer momento que el Presidente Juan Manuel Santos imprimiría su propia huella.
Con la convocatoria de la unidad nacional para reconstruir al país inició su osadía, la cual prosiguió incluyendo en su gobierno a declarados opositores del gobierno saliente, igualmente acercándose al presidente Chávez y Correa, asimismo reconstruyendo la política diplomática desempantanando el controvertido TLC con Estados Unidos. Esta posición es apenas natural en un hombre estratega y conciliador, predestinado para ocupar el solio de Bolívar, miembro de una de las familias aburguesadas del país, con tradición política y propietarios del denominado cuarto poder.
Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, coexisten en la calidad de sus talantes, sin embargo, entre ellos existen muchas diferencias. Sin embargo el país no puede extenderse en la vocación de las divergencias, sino encontrarse en el camino de las soluciones.
Las actuaciones del presidente Santos y recientemente el proyecto de ley que pretende notificar que en el país existe un conflicto armado, motivó nuevamente la discusión sobre un asunto desgastado pero con gratos resultados. Esta situación no debe convertirse en el escenario que entretiene con el fin de disimular la putrefacción al interior del estado. Con los grupos al margen de la ley, especialmente con las FARC, es necesario definir los planteamientos de sus pretensiones, pues es injustificable que mientras se sostiene un enfrentamiento inagotable y costoso, los hombres y mujeres integrantes de las instituciones del estado continúen actuando con omisión y detrás de las realidades. Lo mismo sucede con el cuero de un tigre feroz que ahora da zarpazos bajo denominaciones diferentes a la de su patrón original, quizás por carecer de argumentos diferentes al de su vocación y por la zafada de un problema sin control.
Nuestro país, desde su nacimiento como republica independiente, siempre ha convivido en medio de un conflicto interno. A menudo me pregunto qué sería de Colombia sin guerrillas, paramilitares, delincuencia organizada y sin narcotráfico, progenitor natural de los engendros anteriores. Seguramente esta nación sería diferente, sin embargo falta por incluir la corrupción. Todos los engendros han sido enfrentados con denuedo; sin embargo, el estado en el pasado y aun en el presente ha sido desfalcado no obstante a los avances de la tecnología. Por lo tanto es el momento de actuar para evitar que nuestro país continúe desangrándose; las normas que arremeten contra la corrupción no son viables, son inútiles si su aplicación es blanda. Es perentorio que los entes de control vigilen e investiguen oportunamente para que la justicia proceda con toda firmeza y sin contemplaciones. El presidente Juan Manuel Santos, tiene las condiciones para liderar este país, su demarcación es natural y lógica, por ello, no puede estancarse en la lucha de la retórica y la controversia, pues su objetivo es marcar un gobierno alejado de los escándalos y cercano de los resultados para garantizar el futuro del país, para que pueda cumplir su promesa cuando sea ex presidente.
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