“Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones”. Hebreos 10,17.
La culpabilidad es esa carga de responsabilidad que tenemos cuando hemos actuado contrario al derecho de manera deliberada o negligente. Es ese sentimiento hostil que nos viene como resultado de nuestra conducta, cuando hemos causado un daño o una ofensa.
Esa carga, nos deja sin fuerzas, sin energía y sin entusiasmo. Cuando cometemos errores, nos flagelamos y nos sentimos indignos, vivimos deprimidos y derrotados. En lugar de volver nuestro rostro a Dios, para recibir su misericordia y perdón, vamos de un lado a otro sintiéndonos mal con nosotros mismos, escuchado la voz del acusador quien nos recuerda los errores, los arrebatos y defectos que nos hacen sentir culpables y nos llevan a la auto condenación constante.
Alguien decía que la culpabilidad era como esas máquinas caminadoras para ejercitarte, donde te esfuerzas, sudas, batallas, pero no avanzas.
Amados amigos lectores, puede que hayamos cometido errores y hecho cosas de las que no podemos enorgullecernos, pero en el momento en que nos volvimos a Dios en arrepentimiento, Dios nos perdonó. Su Palabra dice que él es quien borra nuestras rebeliones y no se acuerda más de nuestros pecados.
Si Dios no se acuerda de nuestros pecados, entonces esa voz que nos acusa no es de Dios y tenemos dos opciones: Creer las mentiras que nos descalifican, pensando en ellas y permitiendo que la culpabilidad nos agote o levantarnos en fe, creyendo lo que Dios dice y confesando que, si Dios no me condena, tampoco yo debo condenarme a mí mismo.
Dios perdona y olvida. Aun cuando el acusador siga intentando hacernos sentir mal, para que vivamos en condenación, sintiéndonos inferiores e indignos de recibir las bendiciones de Dios. Hemos sido redimidos por la sangre del Cordero y la misericordia de Dios es mayor que cualquiera de mis errores; por tanto, sigamos adelante sabiendo que continuamos en el camino de la perfección.
Cierta vez, veníamos con un amigo de la sierra en una camioneta de platón, recogimos en el camino a un hombre que caminaba con un bulto al hombro, subió al platón contento; pero, oh sorpresa, después de varios kilómetros de recorrido, observamos por el retrovisor que viajaba de pie sobre el platón y todavía conservaba el bulto en el hombro. Así somos muchos de nosotros, podemos ser aliviados del peso de nuestros propios bultos de equivocaciones, pero aún viajamos de pie con el bulto al hombro.
No podemos hacer nada con respecto a nuestro pasado, pero si con respecto a nuestro futuro; soltando nuestros errores, fracasos, culpabilidad y vergüenza, y quedándonos con lo bueno, siguiendo adelante en pos de nuestras metas.
La manera correcta de manejar la culpabilidad es arrepentirse y pedir perdón, asumiendo las consecuencias a que hubiere lugar; la manera equivocada es, aferrarse a la culpabilidad y su sentimiento de fracaso. Hay cosas que no podemos deshacer, cosas que no podemos recuperar o regresar para hacerlas diferente. No podemos revivir el ayer; pero sí, aprender las lecciones en el presente para proyectar un futuro mejor.
A veces tropezamos con la sencillez del perdón, claro que debemos sentir remordimiento cuando hacemos algo equivocado, lamentarlo genuinamente, pero no pasarnos la vida en culpabilidad y condenación. Como en la historia del Hijo Pródigo, levantémonos cada día y vayamos confiadamente a la presencia del Padre, buscando su misericordia, perdón, restauración y favor.
Descarguemos el equipaje, dejemos el bulto de fracasos, el saco de condenación y vivamos elevándonos cada día, venciendo obstáculos, dominando la tentación y logrando sueños. Abrazos y muchos éxitos en lo que hagas.
Por Valerio Mejía Araujo