Como ‘La Creciente de El Banco’ tituló Luis Enrique Martínez el paseo en el que menciona la inundación de esta localidad, fenómeno natural que hace parte de los dos ciclos anuales de crecimiento de las aguas del río Magdalena. Proceso que, pese a que impacta a ocho de los veinte departamentos por los que va esta arteria fundamental, no ha concitado el interés de los compositores de música vallenata para hacerlo canción.
En los géneros musicales que forman parte del vallenato encontramos composiciones que le cantan a las crecientes de los ríos que bajan de la Sierra Nevada. Autores como Rafael Escalona, Julio Fontalvo, lo hacen en ‘La Creciente del Cesar’ y ‘Río Crecido’. Freddy Molina, en ‘Amor Sensible’, echa mano del río Guatapurí para destacar que el ímpetu de su corriente se calma cuando siente su pasión. Omar Geles, en su disco ‘El Invencible’, le dice a una mujer que está crecida como las aguas de este último torrente. Mientras que, ‘Juancho’ Polo Valencia, en ‘Las Aguas del Manzanares’, canta que se han vuelto peligrosas, tanto que cuando ocupan las calles se pierden muchas cosas.
Hernando Marín, pese a que titula una de sus composiciones como ‘La Creciente’, se refiere es a la subida del nivel de las aguas de los arroyuelos después de un fuerte aguacero.
Luis Enrique conocía que las inundaciones de los ríos que descienden de la Sierra Nevada, y que van por parte de La Guajira, el Cesar y del Magdalena, eran súbitas. Por eso, al ver al Magdalena crecido, cantó que según la ‘Chu’ Peralta eso no se veía en Fonseca.
Sorprendido con lo que sucedía en El Banco menciona que: “Domingo, buen amigo, cariñoso y complaciente, estaba dormido cuando llegó la creciente”, lo que no es cierto, porque las del Bajo Magdalena no son repentinas, son lentas y duraderas, porque la arteria fluvial, en esa región, pasa por un lecho ancho, que abarca el valle del Magdalena.
Formas de crecer los ríos que permite que los habitantes de la zona de influencia de los que bajan de la Sierra Nevada sepan cuándo va a suceder, porque como dice Rafael Escalona, está lloviendo arriba de Valledupar. Mientras que los ubicados en ambas orillas del Magdalena, conocen del inicio del fenómeno natural una vez las aguas de la arteria comienzan a inundar sus costas, además, se multiplica el tránsito por su cauce de taruyas, tapones, palos, espumas, y, en algunas partes, sopla una brisa mañanera que llaman atravesada.
Algunos pobladores de las orillas del río tienen en el croar del sapo carretero o partero, una señal de que el Magdalena va a crecer. Incluso, creen determinar cuán grande va a ser identificando la altura en el que el se ubica el batracio.
LAS CRECIENTES EN EL BAJO MAGDALENA
La cuenca Baja del Magdalena, que comienza en El Banco, se caracteriza por tener amplias zonas cenagosas, así como por su riqueza ictiológica y la de su valle aluvial (Bernal, 2013). Región que, según este autor, también es conocida como tercera etapa o de vejez, donde el río llega con sus energías gastadas producto del acarreo de sus aguas por la juventud, el Alto Magdalena, y el Magdalena Medio. Desgaste que lo hace correr perezoso, formando meandros y haciendo de las inundaciones un proceso frecuente (Bernal, 2013).
Cíclicas avenidas con las que los habitantes de El Banco y del Bajo Magdalena han convivido, y han concebido maneras de adaptarse o enfrentarse a ellas.
Luis Enrique Martínez se refiere a una de estas:
De El Banco me voy mi vida
Huyéndole a la creciente
Yo me fijo que las gentes
Andan con el hogar encima.
Lo que observó este importante acordeonero, y le canta, es una práctica usual entre quienes saben que cuando llega el río y sus aguas desbordantes, le corresponde buscar tierra alta como lo hace un ave identificada como la Tanga.
En algunas comunidades a orillas de ciénagas es costumbre trasladar los techos de las viviendas, cuando es construido con palma, para los lugares habilitados como albergues, y luego, al pasar la creciente, lo regresan a al sitio original.
Pero, no todos cambian de lugar de habitación, también ha sido práctica ancestral el vivir entre el agua, cómo lo indica Ezequiel Uribe Ardila, de 92 años de edad, quien recuerda que en 1970 permaneció en su vivienda, junto a su familia, los cuatro meses que duró la creciente. Rodeado de agua, incluso dentro de su casa, construyó una estructura de madera, con palos recogidos en el río, sobre la que, además de caminar, ubicó los enseres domésticos.
Sin embargo, otra cosa piensan los habitantes de las cabeceras municipales ubicadas en esta cuenca, su relación con el río crecido está limitada por la existencia de muros de contención, lo que ha llevado a que se borre de la memoria de estos las prácticas ancestrales para enfrentar este fenómeno.
EL VERANO
Julio Fontalvo en la canción ‘Río Seco’ dice que este, debido al verano, se está secando, “se le está pasando la furia que tenía”, y explica las razones: “Ya no llueve pá la Sierra, por eso es que no represa”. Sin embargo, esto no significa que no vuelva a hacerlo porque, como lo indica Rafael Escalona, “Está lloviendo en la Nevada, apuesto que el río Cesar crece por la madrugada”.
En el río Magdalena existen dos ciclos inundables al año, la primera o mayera que inicia en abril y se extiende hasta junio cuando, con el veranillo de San Juan, comienza el descenso de las aguas. Mes en el que los agricultores se apropian de los playones aluviales, para en julio quemar el pasto nacido en ellos, y en agosto, con la primera lluvia, la del 21, sembrar, con la palanca de San Joaquín, semillas de pan coger.
Mientras que, con las lluvias de agosto comienza la segunda temporada invernal, y el otro ciclo de creciente del río, que presenta su primera baja en noviembre, para descender definitivamente el 8 o el 25 de diciembre.
Sin embargo, a lo largo de la historia de este río se ha dado la unión de los ciclos de crecientes, generando grandes inundaciones como la registrada en 1916, 1970, 2010, o como parece sucederá este año, como temen los habitantes de las orillas ubicadas más allá de las desembocaduras de los ríos Cauca y el San Jorge, debido a que las aguas del Magdalena, en esta zona, no han descendido notablemente, y se espera el inicio de la segunda ola invernal.
Factores como la intensidad de las lluvias, la ausencia de unos buenos amortiguadores —como son las ciénagas— y a un nivel de cuencas muy sedimentado, la desforestación, y soluciones infraestructurales (Cardona, 2020), han contribuido para que se produzca el desbordamiento del río Magdalena. También han sido contribuyentes la construcción de diques o taludes y el taponamiento de caño, quitándole al río espacios inundables y de descarga de agua.
El cambio climático ha incidido en los ciclos de crecimiento del Magdalena, tanto que algunas veces no es cierto lo que canta Leandro Díaz en ‘El Verano’, porque ha sucedido que, en enero, mes en el que se hace palmaria esta estación climática, las aguas del río comienzan a subir de nivel, sin siquiera detenerse en marzo, cuando según este compositor, “se ve la blancura mostrando la primavera”.
Cuando llega el verano el río abandona las zonas inundables, las ciénagas comienzan a correr hacia el Magdalena, y los pescados, yendo río arriba, van a desovar en las corrientes. Entonces, el pescador, que durante la creciente ha colgado en lugares altos sus utensilios de pescas, los baja, se trepa en su canoa para pescar lo que José Benito Barros llamó el maná ribereño
POR ÁLVARO ROJANO OSORIO/ESPECIAL PARA EL PILÓN