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La Corte Suprema, visión de futuro

En el foro sobre justicia transicional que se realizó la semana pasada en Cartagena, el presidente de la Corte Suprema, Leonidas Bustos, le dijo al gobierno Santos que esta Rama lo acompaña, en forma decidida, en la negociación con las Farc y sostuvo que “las formas jurídicas no pueden ser un obstáculo para la definición soberana del destino de la Nación” y agregó que “el derecho debe servir al bien máximo: la convivencia pacífica”.

Esta afirmación tan importante es un espaldarazo al proceso de paz que se adelanta en La Habana y es clave en el aval que este alto tribunal le debe dar al esquema de justicia que se acuerde con la guerrilla.

La posición de la cabeza de la justicia penal en Colombia es determinante porque se trata del ente que resolverá, en última instancia, el monto de la pena que deberán pagar los máximos responsables de crímenes de guerra y delitos de lesa humanidad cometidos en el marco del conflicto armado. Es de anotar, que en pasado reciente la Corte cambió el concepto en las negociaciones con los insurgentes al considerar que estos no podían recibir beneficios políticos y no cabían indultos ni amnistías para sus desmovilizados.

El Gobierno Santos ha sido insistente en que si hay un acuerdo sobre justicia transicional se podría dar un cese bilateral y definitivo del fuego antes de un acuerdo final. Si se supera semejante dificultad se podría dar una situación de no retorno en las negociaciones porque nada justifica seguir una guerra cuando la paz está al alcance de la mano. Es apenas lógico que este escenario casi ideal deba estar sometido a condiciones reales de verificación y cumplimiento, como la concentración de la guerrilla en zonas determinadas, así como la entrega de las armas.

Los colombianos, reconocidos como imaginativos, creativos e inteligentes, pero no beligerantes, debemos encontrar el mecanismo jurídico adecuado y práctico que nos ayude a pasar del conflicto hacia la construcción de una sociedad que pueda convivir en completa armonía mediante el diálogo permanente y sin necesidad de matarnos, como lo hacen las personas civilizadas y decentes. Con fe, coraje y esperanza tenemos que identificar soluciones que nos permitan demostrar que Colombia es un país que dignifica a las víctimas, respeta la institucionalidad y el ordenamiento internacional. ¡Será un camino espinoso y difícil de transitar, pero viable y posible, que nos dejará algunos raspones subsanables con el tiempo!

No debemos cansarnos de las enseñanzas de Nelson Mandela: “Si quieres hacer las paces con tu enemigo, tienes que trabajar con tu enemigo. Entonces él se vuelve tu compañero”.

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