Durante las votaciones del domingo anterior, calores de lluvia azotaron a transeúntes desprevenidos que se derritieron sobre el cemento ardiente que precedió a las urnas, cientos de jóvenes se quedaron esperando al comprador de votos que ofreciera una suma decente por su conciencia y la jornada terminó con el triunfo de los hoy honorables gracias a la dádiva del escrutinio popular.
La sensación de desamparo sin embargo permanece intacta porque cada quien sabe sobre el retroceso que representan los resultados para nuestra región y para cada quién como individuo. Unos resultados que se produjeron sin propuestas políticas, pero sí con mucho dinero y promesas paternalistas del tipo “vota por mí que yo te ayudaré”. Inútiles fueron las propuestas de hacer del voto en blanco el candidato porque también se desconfía de lo que representa en el conteo final.
Yo ejercí la posición abstencionista que ostento luego de haber aprendido la lección que significó mi primera y última votación, que ocurrió cuando estrené mi cédula con Andrés Patraña a la presidencia; posición que obviamente no representa ni a mi papá ni a mi hermana, quienes se levantaron temprano y luego de ir a misa se fueron hacia el centro electoral del pueblo, a ejercer su derecho inútil.
La primera en votar fue mi hermana, que rápidamente marcó por el candidato de la mayoría que por supuesto no representa la mejor opción; pero el abogado que la está ayudando para que el estado le pague su pensión por invalidez le pidió su voto a favor del aspirante de su conveniencia a cambio de hacer las gestiones para agilizar el proceso en Colpensiones y ella aceptó.
En cuanto a mi papá, quién hace un año había sufrido una isquemia cerebral que dejó secuelas importantes, dio muestra de su lucidez intacta al llegar a la mesa de comicios y, ante el acoso de uno de los impulsadores en el punto de sufragio, dijo que no iba a votar por nadie; tomó su tarjeta electoral y tachó con unas equis temblorosas cuatro de las casillas disponibles, para anular su voto y así evitar que usaran su número de cédula para hacer uno de los tradicionales torcidos electorales, evitando de paso al engañoso voto en blanco cuya sumatoria aún no se tiene claro a quién realmente beneficia pero que de seguro no genera ninguna conciencia ni reflexión en nadie, mucho menos en las mentes de los zorros de la política, quienes al igual que la mayoría lo ven sencillamente como una inocentada.
En este momento estarán celebrando el gran golpe los triunfales ganadores y sus secuaces, planeando los movimientos próximos a ejecutar para seguir atesorando poder, para seguir echándose al bolsillo al país, un lugar en donde alguna gente se compra con un desayuno rancio y diez mil pesos o una carne asada. Bienvenidos al final de los tiempos, Satanás ha escogido.
La corrupción sea con vosotros.