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La Cordura Intergeneracional

Al adentrarme en mi lectura la semana, En Defensa del Humanismo de Alejandro Gaviria, siendo este un compendio de los discursos que él ha dado (libro recomendado para esas personas que necesiten un respiro de sus vidas y quieren pensar en otra cosa que el día a día), me encontré reflexionando sobre un tema contemporáneo que resuena profundamente en la cabeza de todos, pero casi nadie menciona en voz alta: la carga de expectativas impuestas por generaciones pasadas sobre las presentes.

El concepto de “cordura intergeneracional“, como lo describe Gaviria, destaca cómo estas expectativas pueden sobrepasar y hacer contraproducente la efectividad de las generaciones actuales, traduciéndose en ansiedad y presión.

Es evidente que las generaciones anteriores, con sus ambiciones y sueños no realizados, a menudo transfieren estas expectativas a las jóvenes, creando un entorno donde se espera que cada individuo logre múltiples metas simultáneamente y a un ritmo acelerado. Esta situación no solo proviene de presiones externas, sino también de las internas que nosotros mismos nos autoimponemos, como menciona el autor.

Esto puede ser particularmente perjudicial para la salud mental de la generación Z, quienes enfrentamos niveles elevados de estrés y ansiedad debido a las exigencias constantes de pruebas, evaluaciones y cumplimiento de estándares poco realistas.

Como reflexiona Michel de Montaigne, quien abogaba por una vida sin excesos y consciente de nuestros límites, parece que nos hemos alejado de esta sabiduría en la era moderna. En lugar de permitir que las nuevas generaciones experimenten y aprendan a su propio ritmo, nos han estado presionando hacia un ideal de perfección que puede ser inalcanzable y, en última instancia, contraproducente para su desarrollo integral.

Desde la perspectiva de la generación joven, de la cual formo parte, hemos crecido bajo la sombra de estas expectativas. Hemos sentido el peso de cumplir con los estándares y las visiones de éxito que nos han sido transmitidas, a menudo sin tener espacio suficiente para descubrir nuestras propias pasiones y caminos, o nuestra definición propia de ‘éxito’. Esta experiencia nos ha llevado a cuestionar si realmente estamos viviendo nuestras vidas de acuerdo con nuestras aspiraciones genuinas o si simplemente estamos cumpliendo con las aspiraciones de la vida impuestas de otro.

Es esencial que como sociedad reconsideremos cómo transmitimos nuestras expectativas a las generaciones futuras. Esto implica darles más espacio para explorar, cometer errores y crecer sin el temor constante al fracaso. Debemos reconocer que “el mayor privilegio y la verdadera libertad radican en la capacidad de aprender sin miedo a equivocarse”.

La “cordura intergeneracional” nos llama a un enfoque más equilibrado y compasivo hacia las nuevas generaciones, reconociendo que el camino hacia el éxito y el bienestar no debe ser una carrera desenfrenada, sino un proceso de autodescubrimiento y aprendizaje continuo.

Por Tatiana Barros

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