Estamos viviendo muchísimas crisis en la humanidad, pero en particular hay una silenciosa que está haciendo estragos en una de las cualidades naturales del ser humano: la forma en que nos comunicamos. Son inocultables los conflictos cotidianos en todos los ámbitos porque hemos ido involucionando gracias al abuso de las redes sociales, la nueva forma de comunicación, con nuevos códigos, nuevas formas y un excesivo uso de simbología. Y por supuesto, una pobreza del lenguaje jamás vista en ninguna cultura, en síntesis, todo mal, muy mal.
Pero a simple vista pareciese que la mencionada crisis se circunscribiera a un resultado de adaptación cultural, es decir, basta que la actual generación se sienta cómoda para aceptarla como válida ignorando, quizás, que esto es más profundo y más grave de lo que parece debido a que el daño es incluso a nivel biológico porque lo que está conllevando esta nueva tendencia es a la destrucción de la inteligencia natural, la muerte de millones de neuronas y, con ello, la destrucción de redes que hacen que nuestro cerebro se vuelva cada vez mas torpe y con serias dificultades para reaccionar ante procesos simples como una simple conversación, interpretación de situaciones y, por ende, la comprensión como tal de lo que nos rodea.
De hecho, dos décadas atrás hablábamos de problemas en la comunicación y estos no iban más allá de las complejidades que surgían en la comprensión entre dos hablantes en el mismo idioma. Por ejemplo, el uso de modismos, acentos, dichos, extranjerismos y otros factores claves en la comunicación que exigían al menos aclaraciones, utilización de la técnica de la torre de control (que consiste en repetir el mensaje recibido para que el emisor del mensaje confirme que la otra persona escuchó lo que quiso transmitir) o simplemente preguntar cuando se tenía dudas sobre lo escuchado.
Pero lo que estamos viviendo ahora es una tragedia total, tenemos una población mayoritaria que no sabe escuchar, no sabe leer, no sabe hablar y no comprende casi nada de lo que capta en una conversación.
Lo considero una crisis porque se contrapone a la ley natural de la comunicación, es decir, por mucho que nos quieran hacer creer que debemos adaptarnos a esta nueva “forma de interacción” aún hay una población significativa (no sé si mayoritaria) que defendemos y nos aferramos a la manera correcta de comunicación. Enfatizo la palabra correcta por la sencilla razón que la comunicación debe acercarnos, relacionarnos y cumplir el propósito primordial, entendernos.
Imaginemos el mundo cuando comunicarnos de la manera normal sea incompatible con la “nueva realidad” que avanza a pasos agigantados y de forma imparable, cuando las nuevas criaturas que nazcan dentro de treinta años, es decir los hijos de la siguiente generación, las cuerdas bucales de sus padres estarán tan atrofiadas por falta de uso que tendrán que emitir ruidos desde la laringe a falta de voz y estarán obligados a señalar las cosas con el dedo para poder identificarlas.
Por supuesto, un cerebro absolutamente atrofiado, el cuello totalmente curvado hacia adelante por la posición de la cabeza hacia la pantalla y completamente desfigurada por el constante uso de audífonos tipo diadema y los dedos pulgares alargados y sobre dimensionados por el desarrollo que sufrirían como únicos medios para escribir en la pantalla del móvil.
Finalmente, como lo expresé al inicio, estamos ante una pandemia silenciosa que destruye la base de cualquier civilización y la reemplaza por un “nuevo lenguaje”, una torpeza mental que dificulta la comprensión, que degrada la capacidad de escucha y nos contagia en una era difícil donde la gente como no lee, no comprende y no razona en lo más mínimo, se comporta como primate perdiendo incluso la noción de la importancia de su propia vida, sino solo miren a su alrededor cómo se comportan en las calles, y ni hablemos del nivel de violencia que nos contaminó hasta convertirnos en espectadores pasivos del caos.
Por: Eloy Gutiérrez Anaya