Por Rodolfo Quintero Romero
La ola de criminalidad que azota a la ciudad y que parece no querer amainar ha creado un ambiente de zozobra, miedo y deterioro de la calidad de vida en Valledupar.
El año pasado tuvimos 31 homicidios por cada cien mil habitantes, mientras Bogotá tuvo 17 y Nueva York 3,8. Un índice normal de criminalidad son cinco homicidios. Pero, cuando supera los ocho es tan grave que las políticas represivas clásicas no funcionan.
Algunos culpan a la cárcel ‘La Tramacúa’. Otros señalan la ineficiencia de la Policía, la indecisión de la Alcaldía o la indiferencia del Gobernador.
Hay incluso quienes responsabilizan a los desplazados –víctimas- de la violencia o a los desmovilizados del paramilitarismo y las guerrillas; a las Bacrim o a todos los anteriores. Mitos hay para todos los gustos.
En lo que sí parece haber consenso es en creer que este es un problema policivo que se resuelve con mano dura: más policías, cuadrantes, cámaras filmadoras, motocicletas, años de cárcel; y no faltan quienes pidan limpieza social o la presencia del Ejército.
Pero la cosa es mucho más compleja. No hay una medida que por sí misma resuelva este mal. Y más que a sus efectos o sus síntomas, debemos apuntarle a las causas que están detrás de la criminalidad.
Simplificar la realidad es abrirle paso a la demagogia de las soluciones simplistas en lugar de enfrentar los problemas sociales, económicos y culturales, que alimentan la delincuencia.
La inseguridad no es la causa de nuestros problemas. Es, por el contrario, el efecto de no haberlos solucionados a tiempo.
Nuestra violencia es diversa: atracos; hurto a personas, residencias y locales comerciales; sicariato; ajustes de cuentas entre bandas; violencia interpersonal e intrafamiliar; maltrato a niñas y niños; y muertes por accidentes de tránsito ligados al alcohol o al exceso de velocidad.
Por eso requerimos un enfoque más integral. Ir a las causas estructurales que generan la violencia, que no es un problema individual sino social que involucra a muchos jóvenes en Valledupar.
La Policía es parte de la solución pero no es la solución misma. Ella no está en capacidad de erradicar las causas que dan origen a la violencia urbana. Pero una alianza entre Alcaldía, Gobernación, Policía, sector privado y sociedad civil si puede lograrlo.
Más que seguridad democrática necesitamos seguridad ciudadana, que no es solo ausencia de criminalidad sino el acceso a salud, vivienda, educación, trabajo para generar inclusión social y oportunidades.
Claro que al crimen organizado hay que aplicarle todo el peso de la Ley. Pero las políticas exitosas de control a la delincuencia común priorizan el fortalecimiento a la familia, la creación de empleo y el acceso a la educación.
Ninguna institución reemplaza a la familia en su labor de educación y formación ética.Una población educada no delinque. Muchos jóvenes están fuera del mercado laboral y del sistema educativo. No tienen futuro. Están excluidos de la sociedad por no tener empleo.
Tomemos, además, medidas que han dado resultados en otras ciudades: regulemos la venta de licores, en fechas críticas, y restrinjamos el porte de armas. Mejoremos el alumbrado de calles y parques. Pidamos a las iglesias dialogar con los delincuentes.
Involucrémonos también los ciudadanos rechazando la cultura de la ilegalidad y sancionando moralmente a los delincuentes de cuello blanco y de otros colores. Desprestigiemos, desacreditemos la violencia.