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La cizaña nacional y la criolla

“…como tuve que hacer yo para surgir, pero usted como un reptil agorero y ponzoñoso dice que no pinto hermoso, que valgo un maravedí, métase donde se meta usted me respeta a mí”.

Corresponde el aparte transcrito a la canción titulada ‘El pintor’ de la autoría de Adolfo Pacheco, incluida por Diomedes Díaz con Juancho Rois en el LP titulado ‘Ganó el folclor’, cuyo lanzamiento lo hizo la CBS en el mes de mayo de 1988, la cual vino a mi mente a propósito de la manada de ponzoñosos que con su mala leche circulan en el país y en la región buscando a quien envenenar.

Con su cruda descripción de los males que aquejan a la nación, ‘Pacho’ el Papa que por nuestra patria anduvo, bendijo, paseó, oró, escuchó y antes de irse hasta un tamacazo se dio, puso de presente la cizaña como la gran amenaza a nuestro derecho de vivir libres del miedo y el terror, y los profesores de esa vaina son quienes saben que si la guerra continúa ni a ellos ni a sus familias les pasará nada, fácil resulta desafiar a los violentos rodeados de humildes soldados y policías que son los que tienen que exponer el pellejo.

Así como se observa a nivel nacional a los cizañeros dando rienda suelta a sus habilidades como aguafiestas y dañaplantes, también los encontramos entre nosotros, aquellos son los que viven de la guerra, y estos son los que viven haciendo la guerra sucia a sus coterráneos en el propósito de no enfrentarlos democráticamente sino eliminándolos moral o judicialmente, son personajes acostumbrados a que todo les salga bien porque creen todavía en la efectividad de los pactos con el demonio, a ellos todo les sale bien, hasta el día que amanezcan de malas, en ese caso, decía mi abuelo, olvidarán entregar una alma y el diablo vendrá por ellos.

Tienen esos príncipes de la cizaña criollos la particularidad que mantienen carita de buena gente, son generalmente pretenciosos y excluyentes, pero ante los tontos que les comen carreta posan de humildes, amigueros y diligentes, cuando en realidad son ambiciosos, corruptos, hipócritas y cretinos, se arrastran como las serpientes mientras consiguen sus objetivos individuales, pero cuando lo logran muerden hacia atrás, no tienen amigos sino intereses, nunca se les ve “dando un pésame”, pero están muy pendientes de mandar las más costosas coronas con grandísima cinta con su nombre para figurar, no visitan a los enfermos, pero cuando están cerca las elecciones llegan cínicamente a preguntar cómo está la gente de la que nunca se habían acordado, solo con el fin de contarlos para saber cuántos votos quedan.

Son esos curiosos personajes que en Bogotá hacen gobiernismo para sacar provecho para su bolsillo y el grupito que integra su comité de aplausos, y en las regiones hacen mentirosa oposición, en nuestros pueblos abrazan a sus conciudadanos, y en Bogotá meten cizaña contra ellos y les azuzan las asustadurías, generalmente sin haber cometido faltas o delitos, con el único propósito de apoderarse de todo.

Así es muy difícil que nuestra región salga del hueco, los mismos faltos de piedad con su gente, que la humillan y dan la patada después que los eligen, mantienen listas las rodilleras para colocar la rodilla en el piso cuando el poder central atropella a su pueblo, y no contentos con tanta incuria tienen la pechuga, el descaro y la insensatez de cambiar de collar al perro para pedir a quienes nunca defendieron de los atropellos de arrogantes funcionarios, que les renueve la confianza para que continúe con éxito su proyecto económico disfrazado de plataforma política .

Menos mal que a todo puerco le llega su San Martín, y lo que se ve venir es que la gente en el futuro no votará por sino contra las cosas que vienen pasando y sus protagonistas, esto me hace acordar el cuento que me echaba mi Papá cuando decía que “El rico y el pobre son dos personas, el soldado defiende a los dos, el ciudadano paga impuestos por los tres, el humilde trabajador suda por los cuatro, el vago come por los cinco, el usurero desnuda a los seis, el abogado enreda a los siete, el cantinero envenena a los ocho, el confesor condena a los nueve, el médico mata a los diez, el político bellaco los roba a los once, el sepulturero entierra a los doce y el diablo cargara con los trece”.

Por Luis Eduardo Acosta Medina

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