Hace años, Valledupar era sinónimo de tranquilidad, un lugar donde la vida transcurría sin las sombras que hoy la acechan. Caminar por sus calles, bajo el ardiente sol de mediodía o al suave ritmo de un vallenato en la distancia, era un acto simple, libre de temores y cargado de confianza en la vida cotidiana. Pero esa Valledupar, la ciudad que conocimos y amamos, nos la han robado. Hoy, vivimos en un lugar donde el miedo ha tomado el control, donde cada paso que damos se ve envuelto en la incertidumbre de lo que pueda ocurrir.
La creciente inseguridad ha transformado nuestra ciudad de maneras que hubiéramos considerado impensables hace unos años. Lo que antes era un simple paseo, ahora se ha convertido en un recorrido lleno de tensiones, en una constante vigilancia por sobrevivir en un entorno que ya no se siente nuestro.
El asesinato de Joe Cabrera o la reciente masacre en el corregimiento de Caracolí, a tan solo 150 metros de la cabecera municipal, que cobró la vida de cuatro personas, son solo unos cuánto ejemplos de las muchas tragedias que nos recuerdan lo lejos que hemos llegado de aquel Valledupar que una vez fue seguro y acogedor. Las calles que antes recorríamos con confianza se han convertido en terrenos de caza para los criminales. El miedo se ha vuelto nuestro acompañante constante, y cada sonido, cada sombra, nos recuerda que ya no estamos seguros, ni siquiera en nuestra propia tierra.
Valledupar, la ciudad de los ríos y la música, la ciudad que fue cuna de historias y leyendas, ahora es un lugar donde la muerte se pasea a plena luz del día, donde nadie está a salvo. Lo más aterrador es que hemos comenzado a aceptar esta nueva realidad como algo inevitable, a vivir en un estado de alerta constante, privándonos de la libertad que alguna vez disfrutamos.
Pero no podemos seguir permitiendo que nos roben la ciudad, que nos quiten la vida que alguna vez fue nuestra. Valledupar merece más. Merecemos recuperar la tranquilidad, la paz y la seguridad que alguna vez definieron a nuestra comunidad. Esto requiere una acción decidida y contundente, no solo de las autoridades, sino de cada uno de nosotros. Necesitamos alzar la voz y exigir que se nos devuelva lo que es nuestro por derecho: un Valledupar libre de miedo, un Valledupar donde podamos vivir sin el temor constante de perderlo todo.
Lo que está en juego no es solo la vida de una persona, sino la existencia misma de la ciudad que conocemos y amamos. No saben cuánto quisiera vivir en esa ciudad que añoran mis padres, en la que se podía caminar, saludar, y hablar en la puerta con confianza, y no tener que pasar por cobarde cada vez que siquiera una cuadra me toca pisar.
Por Tatiana Barros