El último libro que leí al terminar el año 2021 fue ‘La cacería de los perturbados’, de Carlos César Silva. Una compilación de trece cuentos cuál más apasionante, atrapadores, de esos que van dejando una sensación extraña de deseos de llorar por la perturbación del ser humano o de alegría por la magia que derrocha el autor, una magia sólida, que lo lleva a ser punzante, claro, arriesgado al contar las historias sin ambages.
‘La cacería de los perturbados’ no es una gran obra, no, son trece grandes obras, que en la categoría de cuento destaca con elegancia el desarreglo, la turbación en que viven los seres humanos.
Mi interés por el libro se puso de manifiesto cuando “Lina, desnuda, con la mirada perdida usando como banda sonora de su momento la voz de Chavela Vargas, sueña con su muerte o busca hundirse en el olvido”. Y no decayó, porque me resistí a terminar con “Claudia anhelando hundirse en las noches de él, sí, de él…”. Siempre es duro terminar con un anhelo, con un deseo y más cuando uno se mete de lleno en la narración que lo ha atrapado.
Silva me concedió un rato para hablar con él, con su libro en mis manos, le hice pocas preguntas, porque él es de los que se adelantan a lo que uno quiere escuchar.
¿Tiene influencia de algún autor?
Claro, de muchos autores. Yo soy producto de todo lo que he leído: Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares, Roberto Bolaños, Rubén Fonseca, Juan Rulfo; no muchos, pero tengo que reconocer de mis primeras lecturas algunas cosas de Gabriel García Márquez.
Yo creo que tengo también influencia de los escritores de la generación Beat, ese grupo de autores que desde mediado de los años cuarenta, en Estados Unidos, habían trabajado juntos Jack Kerouac, Allen Ginsberg, entre otros, escribían prosa y poesía y compartían una idea de cultura y aficiones…
¿De ahí que sus cuentos se desarrollan en el realismo sucio?
Esa es la corriente que yo sigo. Es una literatura muy depurada, sin tantos adjetivos, sin tantas figuras retóricas, más bien directa, y ese Realismo Sucio en los últimos tiempos, en América Latina, se ha ganado un espacio porque anteriormente no éramos dados a esa literatura que usaba mucho los eufemismos.
SIGO CON MIS APRECIACIONES
Me impresionó ‘La banda de los perturbados’, su accionar lo vivimos hace muchos años, jóvenes que sentían la diversión y el placer en hacer el mal, hasta llegar a extremos dolorosos.
Sentí que el autor estaba plasmando una fracción de la historia de Valledupar, eso es importante. Hoy los mayores recordamos el operar de esa banda. Confieso que me estremecí cuando leí cada palabra de ese cuento que le da título a la antología.
¿Le ayudó su profesión de abogado para escribir ese cuento tan vidrioso?
Veamos, yo creo que mi profesión de abogado enriquece mi escritura, porque hay cosas del Derecho que sirven para poder contar historias, de hecho en ‘La cacería de los perturbados’ hay dos o tres historias basadas en cosas que yo escuché en mi ejercicio como abogado.
Ahora bien, siempre he dicho: yo no soy un abogado que se convirtió en escritor, yo soy un escritor que se convirtió en abogado. La Literatura es un arte y el arte es superior a una profesión o a una disciplina, entonces el Derecho a mí me ha servido para ganarme la vida, para sobrevivir; incluso me genera cierta pasión, pero la literatura es superior porque es un arte y yo no voy a morir ejerciendo el derecho, pero si voy a morir ejerciendo la Literatura.
SIGO CON MIS APRECIACIONES
Después de leer, de degustar esa literatura libre del bien y del mal, esa misma que cuenta la constante perturbación de la patria herida, especialmente en Valledupar, ciudad que oculta su historia de horrores dentro de sus canciones, queda esa sensación que deja un buen libro, en este caso trece libros, trece cuentos, trece historias crudas con sus trasfondos verdaderos, a veces lejanos, otras, cercanos y es cuando los personajes se hacen inolvidables con sus desafueros, con la muerte, el olvido y ¿el amor?, como solución al desencanto o a los acontecimientos que les dejaron una marca indescriptible y las siguen dejando, no hay acontecimiento que no deje huellas.
¿Cuándo se dio cuenta de que nació para ser escritor?
Para ser un escritor hay que tener la consciencia de que para poder lograrlo se tiene que ser un lector que se dé a la tarea de descubrir cómo los grandes de la Literatura han contado su historia, por eso yo, hoy día, no soy un lector que solo consume literatura, yo simplemente soy un lector que en el ánimo de escribir bien trato de descifrar las fórmulas narrativas de todos los autores que leo.
Háblenos de su libro, su ópera prima
Es una colección de cuentos que retratan la condición humana desde el punto de vista del salvajismo, de la perturbación, de la crueldad, de la mezquindad. Suceden aquí en Valledupar; la violencia es un tema transversal: violencia paramilitar, violencia guerrillera, violencia común, violencia intrafamiliar, violencia de todo tipo; el odio, el racismo, al que le roban en una esquina, el sindicalista que es un gran orador y defiende el derecho de los trabajadores, pero cuando viene de descanso se va a beber con los amigos en lugar de quedarse con la familia y cuando llega a la casa lo que hace es golpear a la mujer… y más, mucho más…
APRECIACIONES
Vuelvo a leer algunos de sus apartes y siento que el autor creó ese libro para que esté ahí siempre, para buscar en sus páginas no solo lo que pasó sino lo que está pasando, lo que se vislumbra para más adelante; es un libro actual, siempre lo será; un libro para encontrar personajes como Abelardo, que en un profundo silencio buscó refugio, para dejar de ser, lo encontró en el río Guatapurí.
Por Mary Daza Orozco