Hace ya un tiempo largo que esta Corte se viene pronunciando de manera disruptiva sobre asuntos de comportamientos públicos y privados, y aún de forma contradictoria, lo que ha creado una gran preocupación en la opinión pública generalizada, al menos en la que goza de sana salud moral.
Algo raro ha estado ocurriéndole a la mayoría de los magistrados (y magistradas), que nos hace pensar en influencias extrañas a nuestra tradición jurídica, como si movimientos ideológicos antiguos en conexión con la cultura de la modernidad decadente estén modelando una mentalidad de consecuencias perversas para las virtudes nacionales.
La primera influencia dañina, seguramente deviene del antiquísimo pensamiento de los sofistas griegos del siglo IV a.de.C., que ahora la Corte distingue con la oración: libre desarrollo de la personalidad, que se conecta con lo que los críticos de la cultura de la modernidad llaman: pensamiento débil, que es el de: no afirmar ninguna verdad absoluta, tolerar, tratar de vivir con lo poco de felicidad que esta vida sin sentido puede proveer. Esto es, si nada tiene sentido, es inútil establecer objetivamente el bien y el mal, prohibir o permitir.
El pensamiento de aquellos sofistas y el pensamiento débil, de la modernidad decadente, se identifican pari passu, los cuales, me parece, conforman la mentalidad de la mayoría de la Corte Constitucional. Veámoslo.
Uno de aquellos sofistas, Protágoras, afirmaba que el hombre es la medida de todas las cosas, es decir, que cada individuo tiene una visión propia de la realidad. Esto es, que la verdad es relativa, relativo el derecho, relativa la moral, relativa la justicia, relativista el juez, y justo es aquello que place al más poderoso.
Otro de ellos, Trásímaco, se preguntaba: si la justicia es un bien o un mal, y se contestaba: la justicia es un bien para quien la recibe, y una ventaja para quien manda, y un daño para quien obedece. Los sofistas eras escépticos en moral, y en todo, y más bien negadores y destructores.
De tal subjetividad, se sigue que cada hombre tiene un modo propio de ver y conocer las cosas, que no hay una conducta prevalente, sino solo la opinión individual.
Sin embargo, no todo está perdido en ese maremagno relativista, pues a pesar de las negaciones, sí existe una moral objetiva y un derecho objetivo, reconocido imparcialmente, a propósito de lo cual, por ejemplo, el filósofo Inmanuel Kant, sentenció: si falta la justicia, no vale la pena que vivan hombres sobre la tierra.
De modo que la mayoría de la Corte, nos mantiene en ascuas y gran preocupación nacional por sus decisiones en materia grave, y no solamente en la sentencia reciente, la que autoriza el consumo de la dosis personal de la droga maldita, hiriendo de muerte la paz y la convivencia familiar, sino en varias otras, por ejemplo, en la SU 096 del 18 de Octubre de 2.018, en la que ratifica la autorización del aborto desde la concepción hasta un segundo antes del nacimiento.
Son injustas las leyes y la jurisprudencia que se oponen a la ley moral natural y al bien común de la sociedad, las que van contra la vida, contra la institución familiar. Sus disposiciones malsanas pueden y deben ser resistidas.
Tenemos que apartarnos de esos equívocos de la Corte, que producen indecibles quebrantos en la salud moral del País. Nos separamos de su integrismo relativista.
rodrigolopezbarros@hotmail.com