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La búsqueda de Dios

“Mi corazón ha dicho de ti: ¡Buscad mi rostro! Tu rostro buscaré, Señor”. Salmos 27,8

En el texto de hoy, el salmista David, nos comparte un dato importante acerca de la forma en que se debe producir en nosotros la manifestación de la vida espiritual. Una de las secuelas que ha dejado el pecado es que nos ha llevado a considerar que somos los protagonistas de todo lo que acontece a nuestro alrededor. Nuestra perspectiva egoísta nos ubica en el centro de la realidad en la cual estamos insertos. Nos cuesta concebir la vida sin nuestra participación en ella y más todavía, entender que el mundo se mueve en forma absolutamente independiente de nuestra existencia.

Este concepto es el que más entorpece nuestro desarrollo espiritual, pues, insistimos en creer que somos nosotros el motor que impulsa nuestra devoción. Nuestra perspectiva de la vida espiritual es que el acercamiento a Dios depende solamente de nuestro esfuerzo y al no poseer una disciplina suficiente como para cultivar una relación profunda y prolongada, nos desanimamos. Entonces, nos condenamos por nuestra falta de espiritualidad y realizamos interminables promesas de comenzar de nuevo. Pero, nuestra actividad siempre termina en el mismo lugar. ¡Cuán difícil parece alcanzar al Señor!

Amados amigos lectores: El salmista, testifica que escuchó en su corazón un mensaje: “Buscad mi rostro”. Como resultado de haber percibido esa invitación, responde y pasa a disfrutar del encuentro con la persona de Dios. Advirtamos cuán sencillo es el proceso y cuán fácil es encontrar al Señor con este procedimiento. La sencillez se debe, precisamente al hecho de que es Dios mismo el que nos está buscando, mucho antes de que nosotros hayamos elaborado nuestro proyecto para alcanzarlo a él.

Así, la relación con Dios tiene varias dinámicas: Debemos renunciar a nuestras propias técnicas y metodologías para entablar una relación con él. No somos nosotros los que impulsamos la relación, sino él. También es necesario que nos relajemos y permitamos que él nos seduzca con sus invitaciones. Para eso debemos aprender a quitar el bullicio interior que acompaña nuestra existencia cotidiana.

Si logramos entender que Dios insiste todo el tiempo en acercarse a nosotros, percibiríamos que todo nuestro esfuerzo es innecesario. ¡Dios ha salido a buscarnos a nosotros! En esa actitud de quietud interior podemos comenzar a escuchar las seductoras invitaciones que nos hace y podremos responder como el salmista: “Tu rostro buscaré, Señor”.

Hemos sido llamados a responder su invitación y dejar que él nos encuentre a nosotros. ¡Déjate encontrar!

Abrazos y bendiciones en Cristo.

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Valerio_Mejia_Araujo: