X

La brecha de Dios

“Busqué entre ellos un hombre que se pusiera en la brecha delante de mí…” Ezequiel 22,30
La brecha de Dios es ese espacio que existe entre lo que deseo y lo que tengo. Ese abismo entre lo que anhelo y lo que recibo. Es ese vacío que existe entre la fe y la realidad. Son muchos los sueños que está esperando por cumplirse, muchos imposibles que están esperando en la carpeta de lo posible.

La única manera de atravesar esa brecha de Dios consiste en tener sueños grandes, del tamaño de Dios. Sueños que rompan la medida de lo posible y que me impulsen hacia la búsqueda de Dios como el iniciador de los sueños puestos en mi corazón.

En ocasiones, no nos atrevemos a cerrar la brecha de Dios, y permitimos que esos sueños y metas inalcanzadas se conviertan en una mancha en nuestra reputación y estigmaticen nuestra fe. Luchamos con la falta de confianza y con el temor del qué dirán o con el miedo al fracaso. Nos comparamos con otros que, si están logrando sus metas y nos sentimos inferiores, esto hace que sea aún más difícil asumir nuestros propios riesgos.

Queridos amigos, cerremos esa brecha entre la fe y la realidad, entre lo que anhelamos y recibimos. Luchemos por aquello que anhelamos sin importar cuán imposible pueda parecer.
Algunos consejos para cerrar esa brecha son: No mirar los fracasos y errores del pasado, sino confiar en Dios para recibir una nueva visión del ahora. Tal vez en el pasado se tomaron rumbos equivocados, ¡déjelo atrás! “Olvidando ciertamente lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante prosigo a la meta…”.

Debemos descansar. Es difícil encontrar las fuerzas necesarias para avanzar cuando emocionalmente estamos agotados, abatidos o cansados físicamente. Miremos hacia arriba. “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra”. Encontremos el tiempo. Tiempo para escuchar, para pensar y responder a las inquietudes del corazón. Muy a pesar de lo ocupada que pueda ser la vida, necesitamos tomar tiempo para alimentar el alma y escuchar la voz de Dios hablando a nuestro ser interior.

Aprendamos a perdonar, la visión se empaña por la falta de perdón. Y finalmente, no tengamos miedo. Dios no está limitado y, por lo contrario, tiene mucho para darnos. El valor agregado de involucrarse en un sueño de Dios es que llegamos a compartir con Él el trabajo de construirlo.

Recuerde: ¡Atrévase! “El corazón del hombre se propone un camino, pero el Señor endereza sus pasos”. Vivamos con propósito, mientras nosotros hacemos lo posible, Dios hará lo imposible. ¡Cerremos esa brecha y disfrutemos de lo que Dios nos tiene preparado!
Abrazos y bendiciones en Cristo

Por Valerio Mejía 

Categories: Columnista
Valerio_Mejia_Araujo: