BITÁCORA
Por: Oscar Ariza
La mayoría de las personas no han sido preparadas para afrontar dificultades ni fracasos, a nadie se le enseñó en la escuela, iglesia o el hogar, qué hacer frente a los problemas. Crecimos creyendo que el éxito llegaba sin esfuerzos. Nadie nos advirtió que las crisis se generan a lo largo de la vida, por eso, al no estar preparados, cuando aparecen, algunos suelen echarse a morir, sumiéndose en depresiones y lamentos; se aíslan del mundo y lo que es peor, se alejan de Dios. Sin embargo, el Espíritu Santo que es misericordioso, nos observa en silencio, esperando la oportunidad para que lo dejemos actuar, apenas imploremos su ayuda.
Dios no diseñó al hombre para ser cobarde, ni para esconderse ante los ataques y problemas que en apariencia no tienen salida, porque “no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de amor y de dominio propio”. Dios permite cada cosa que pasa, incluso las crisis, transformándolas en oportunidades para salir adelante. Así las cosas, para qué desgastarse en lamentos y penas que no conducen a nada, cuando es mejor reposar en Dios y decirle: “Señor, hoy descanso en ti, toma mis problemas y tristezas. Solo no he podido espantar mis miedos, pero sé que tu misericordia y amor me darán una nueva oportunidad”. Aunque no veas a Dios, si abres tu corazón podrás sentirlo. Él permitirá que acrecientes tu fe “… porque suyos son la sabiduría y el poder. Él cambia los tiempos y las épocas, pone y quita reyes. A los sabios da sabiduría, y a los inteligentes, discernimiento. Él revela lo profundo y lo escondido y sabe lo que se oculta en las sombras ¡En él habita la luz! ” (Daniel 2: 20-22).
Cuando las crisis se presentan, solemos perder los estribos, entristecernos, irritarnos, hasta ponernos a la defensiva, de tal manera que construimos una coraza de agresividad, y a quienes nos provocan, terminamos haciéndoles lo que nunca nos gustaría que nos hicieran.
De ahí, la necesidad de ser prudentes evitando a los necios y las necedades. La palabra nos recuerda que la respuesta blanda aplaca la ira. El verdadero cristiano no debería mirar la amabilidad, la paz y el amor como una debilidad; por el contrario, la búsqueda de estos tres valores nos ayuda a crecer en espíritu y aunque muchas veces escapar sea considerado una cobardía, el verdadero sabio entiende que alejarse de la tentación es el mayor acto de valentía que Jehová premia con miles de bendiciones.
Dios así lo previene a través de su palabra: “Huye de las malas pasiones de la juventud, y esmérate en seguir la justicia, la fe, el amor y la paz, junto con los que invocan al Señor con un corazón limpio. No tengas nada que ver con discusiones necias y sin sentido, pues ya sabes que terminan en pleitos. Y un siervo del Señor no debe andar peleando; más bien, debe ser amable con todos, capaz de enseñar y no propenso a irritarse. Así, humildemente, debe corregir a los adversarios, con la esperanza de que Dios les conceda el arrepentimiento para conocer la verdad, de modo que se despierten y escapen de la trampa en que el diablo los tiene cautivos, sumisos a su voluntad”.(2 Timoteo: 2:22-26).
Ser buen cristiano necesita de esfuerzos para resistir los ataques y las debilidades propias del hombre. No importa cuánto cueste hacerlo, pero es mejor huir de cualquier situación que pueda producir pecado; no hacerlo sería atentar contra nuestro equilibrio, pues son muchos quienes anhelan un cambio en su vida y sienten la necesidad de buscar armonía espiritual a través de Dios; quieren acercarse a Cristo, pero temen a la vez dejar muchas cosas que el mundo moderno les ha ofrecido bajo la concepción de una vida feliz.
Ser cristiano, más que abandonar las costumbres que han regido tu vida, es llevar tu cotidianidad bajo la regulación de Dios y poco a poco a descubrir qué cosas necesitas y qué cosas te sobran. El cristianismo es una forma de vida y no una sumatoria de coacciones y prohibiciones. Atrévete hoy a buscar en serio a Dios y verás las maravillas y bendiciones espirituales, económicas, laborales y sentimentales que están reservadas para ti con la única condición de que tengas fe en Dios y sigas sus mandamientos.
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