“Lo que me gusta de la historia son las anécdotas”. –Próspero Mérimée
Se me ocurrió buscar un libro que reuniera en perfecto equilibrio lo ‘útil y lo dulce’, para que me acompañara en un viaje de dos semanas, y no pude hallar uno mejor que este: «Diccionario de anécdotas», Edit. América, 1990. 288 páginas de anécdotas, con personajes de todos los oficios y todos los tiempos. Un verdadero “bocatto di Cardinale”. Una caja de “cosas inéditas”.
En efecto, como el lector recordará, la anécdota es un relato breve de algún acontecimiento extraordinario, extraño, insólito…, generalmente divertido; y tiene siempre un protagonista que la cuenta. En conversaciones o disertaciones son muy útiles, debido a que matizan el discurso con un poder ejemplar e ilustrativo. Como ‘objeto de conocimiento’ tiene sus razones de ser: su credibilidad, su versatilidad y su funcionalidad (y siempre una aplicación práctica).
Hay, desde luego, un tono y un estilo libres en la anécdota; los prejuicios y la ideología están como ausentes. En la anécdota, los valores universales encuentran el escenario ideal: no hay un auditorio condicionante ni teorías que le perturben; su partera es la ocasión precisa en el momento exacto. Si ese marco le hubiese sido dado a Jesucristo, seguramente no habría respondido con el silencio ante la pregunta de Poncio Pilato. Ese marco sí les tocó en suerte a Confucio y Lao-Tse, un día que se encontraron:
«… Entonces, Confucio le expresó:
–Yo voy en busca de la verdad.
–¿La verdad? Buscar la verdad es un empeño inútil y usted será el primero en desear no encontrarla. ¿Qué quiere que haga la gente con la verdad? Usted dice que la busca, pero eso es inútil, porque la verdad no se encuentra buscándola, puesto que no está escondida, sino alrededor nuestro, en todo cuanto nos rodea. No hace falta buscar la verdad. Solo es necesario creer en ella, creer que es verdad todo lo que existe.
–Pero los hombres mienten.
–Y la mentira de los hombres son sus verdades, como la verdad del cielo es el azul y la verdad del viento es el ruido que hace entre las hojas.
Confucio, después de aquella conversación con Lao-Tse, permaneció tres días sin hablar absolutamente nada, ensimismado en profundos pensamientos».
Y cómo no, también Federico Nietzsche tuvo su ‘encuentro’ con la verdad, en otra anécdota.
«Nietzsche decía a menudo:
–Sólo busco la verdad.
Y cuando alguien le preguntaba si la había encontrado, rápidamente respondía:
–Sí; pero el ser humano tiene necesidad no de una verdad, sino de muchas verdades. Las usa constantemente, las deteriora y después necesita otras verdades nuevas».
Arthur Schopenhauer presenta una anécdota en donde la verdad y la ética se encuentran…
«Una vez, al comenzar el curso en la Universidad de Berlín, el filósofo preguntó a sus alumnos:
–Antes de comenzar, quisiera saber si alguien ha leído mi ensayo sobre la influencia de la mentira en las relaciones humanas.
Muchas manos se levantaron, y Schopenhauer meditativo, dijo: Ahora ya sé que de esta influencia voy a poder hablar con conocimiento de causa, pues la única verdad es que yo nunca he escrito este ensayo».
Por Donaldo Mendoza.