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La amistad

“Habló Saúl a Jonatán, su hijo, y a todos sus siervos, para que mataran a David; pero Jonatán amaba mucho a David, y le dio aviso…”: 1 Samuel 19:1.

No sabemos el extraño proceso en el que entró el rey Saúl para que diera semejante orden de matar a su oficial más popular, el hombre que había salvado el honor de la nación al derrotar a Goliat y devolver al ejército su sentido de valía y a la población civil su confianza en Dios. ¡David había levantado el techo de las posibilidades y escrito una nueva página en la historia de Israel!  

Lo que sí conocemos es la terrible desfiguración que puede producir en nosotros los celos, la envidia y el odio, llevándonos a agredir, incluso a las personas que amamos. El hecho es que la orden del rey no era el simple delirio de un demente; Saúl era un ser implacable, dispuesto a ir hasta las últimas consecuencias para deshacerse de David. Su inflado ego le impedía convivir con alguien tan notorio como David. Los días del joven pastor de Belén estaban contados, mientras permaneciera cercano al rey.

Tampoco olvidemos que toda persona que ayudara a David correría con su misma suerte, acusado de traición, aun cuando fuera el mismo hijo del rey. Más adelante se narra el escalofriante incidente cuando Saúl intentó clavar con una lanza a Jonatán, quien había querido defender a su amigo. Así, pues, Jonatán era consciente del verdadero peligro que corría al indicar a David que su padre procuraba darle muerte. Aún así, no dudó en buscarlo y avisarle de la situación.

Esta característica es propia de los verdaderos amigos. Hemos sido llamados no solamente a disfrutar de la compañía y cariño de la otra persona, sino también a velar por su bienestar. A proteger y advertir ante cualquier peligro que se cierna sobre el ser querido.

Mis amigos lectores: este paso de solidaridad y apoyo incondicional, muchas veces lo pasamos por alto porque creemos que la otra persona se percatará del peligro y actuará en consecuencia. Me refiero al peligro, no solamente de perder la vida, también puede ser el peligro de un mal negocio, o una relación dañina que desestabilice su vida familiar o decisiones que obstaculicen el desarrollo de su vida espiritual. ¡La verdadera amistad advierte el amigo! Para eso Dios nos ha dado amigos, en ocasiones, más unidos que un familiar. 

Otra razón que a veces nos impide intervenir a la hora de hablar es el temor a las consecuencias. Que nos juzguen de metiches y entrometidos, o que nuestras percepciones son exageradas y ellos tienen la situación bajo control. Tememos perder la amistad del otro y esto nos lleva a callar cuando debemos avisar. Cuales atalayas debemos hacer sonar la trompeta de aviso ante cualquier sospecha de peligro.

Los buenos amigos saben que el amor demanda que velemos por el bienestar del otro. Cuando oteamos el peligro debemos actuar en favor del otro. La felicidad de otros puede depender de nuestra acción oportuna. La exhortación Bíblica es a instar a tiempo y fuera de tiempo. Redargüir, reprender, exhortar con toda paciencia y doctrina. 

Amigo es aquel que avisa y permanece a pesar de las circunstancias. ¡Gracias por tu cariño y amistad! 

Un abrazo en Cristo…       

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