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¡La ambulancia que nunca llegó!

El lunes festivo 4 de noviembre a las 3 de la madrugada la que fuera mi esposa por 15 años y la madre de mis tres hijos mayores sufrió un infarto fulminante que le arrebató la vida, por supuesto, lo primero que se hace en estos casos es llamar una ambulancia porque damos por hecho que éstas son sinónimo de socorro, de ayuda y por supuesto gente que salva vidas, fueron angustiosos catorce minutos para mi hijo quien vivió este doloroso y desgarrador episodio de ver morir a su madre en sus brazos esperando la ambulancia que nunca llegó, el desenlace por supuesto es que Mónica llegó sin signos vitales a la clínica y a las 3:35 fue declarada muerta, a partir de ahí se convirtió solo en una estadística más por ahí en un reporte legista o para las noticias criminales o el muerto del día, ya todo es tan frío y tan normal que la muerte ya no conmueve salvo a los seres queridos y algunos allegados.

Irónicamente el día del sepelio una de esas ambulancias que andan por la ciudad como poseídas por el demonio bajo un ruido ensordecedor de sus sirenas y en una competencia por el herido de turno casi nos embiste a mi hija de cinco años y a mí mientras nos dirigíamos hacia su colegio, el conductor de esa maldita ambulancia rebasó un vehículo por el lado prohibido, se pasó el pare y quedó atravesado en la mitad del separador de la avenida; pensé, si tal vez hubiesen actuado con esa celeridad el día del infarto de Mónica hasta de pronto hubiesen podido salvarla, pero todos sabemos a que se dedican esas ambulancias en su desenfrenada carrera cazando  accidentes de tránsito y tengo claro que su misión no es para salvarles la vida.

Mónica era una mujer sana, activa, apasionada por su profesión, casi toda su carrera la hizo en el extinto seguro social en la Clínica Ana María y por más de diez años en el Hospital Rosario Pumarejo de López donde estuvo vinculada con un miserable contrato de prestación de servicios hasta el día de su muerte, qué profesión tan desagradecida. Fui testigo de una profesional comprometida en los peores tiempos del hospital cuando estuvo a punto de convertirse en un edificio abandonado y las salas SAU las volvieron parqueadero de motos y al personal asistencial les dejaron de pagar durante años; sin embargo, durante todo ese tiempo Mónica nunca faltó a su trabajo, recuerdo que hacían una especie de mercado comunitario entre el personal asistencial, particularmente auxiliares y enfermeras, para preparar almuerzo en el hospital, todo ello para no dejar morir el servicio, díganme si eso no es compromiso.

Esa entrega y ese compromiso lo vi reflejado el día de su sepelio, el gesto de sus compañeros, el cuerpo administrativo y las personas que compartieron con ella le demostraron su cariño y su afecto con un homenaje que me partió el corazón en mil pedazos, la tuvieron en cámara ardiente en una pequeña capilla que no sabía que existía dentro del hospital, las conmovedoras palabras de despedida de algunos de ellos y una hermosa calle de honor como un final adiós fue una imagen que nunca se me va a borrar, desde aquí en mi nombre y el de mis hijos solo quiero darles las gracias por todo lo que hicieron por ella, gracias, mil gracias.

De este episodio doloroso con la muerte aprendí, o por lo menos me enfrenté a varias realidades que todos deberíamos tener en cuenta, por ejemplo que debemos estar preparados no solo para enfrentar la muerte en sí sino para todo lo que conlleva cuando ella aparece,  y que por más que nos repitamos que es un acontecimiento natural siempre nos va a sorprender y cuando menos la esperamos, en este caso llegó y le destrozó el corazón no solo a ella sino a mis hijos de la manera más triste quitándole lo que más amaban en esta tierra, su mami.

Y, finalmente, los casos de infartos súbitos en personas sanas están en un escandaloso ascenso, la constante en estos casos es la misma, todos fueron personas a las que al menos tenían las tres dosis de vacunas contra el COVID, por supuesto nadie habla en público de esto y el que lo haga se expone a que lo linchen socialmente, pero en privado todos coincidimos en que hay una extraña coincidencia y/o correlación. 

Por: Eloy Gutiérrez Anaya

Categories: Columnista
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