Todos los sistemas económicos que ha tenido la humanidad son como una religión y por lo tanto dogmáticos; por eso, permitir nuevas propuestas para dirigir los estados no ha sido fácil; han mediado muchas guerras y sangre derramada; los cambios, por sutiles que sean, son sensibles.
El mundo ha mantenido una sola mirada en monarquías, dictaduras y repúblicas, con diferencias sutiles, acerca de cómo se deben abordar los problemas de cualquier país. Esta visión se llama capitalismo, cuyo credo es la economía de mercado y la mixta que considera al Estado como un perturbador aunque este sea el mayor generador de riquezas, no como afirman los gurúes del sistema, los privados, pero que en la práctica no resistirían sin las gabelas oficiales; para ellos, el Estado debe ser un instrumento a su servicio; por eso se dice que este es la dominación de una clase sobre otra.
¿Qué harían los grandes contratistas sin las macro estructuras estatales y sin el músculo financiero oficial? El capitalismo, pese a tener virtudes no es perfecto, la hambruna y la falta de equidad mundial así lo confirman, igual que las guerras. Por eso, el capitalismo requiere un mínimo de perfectibilidad.
Keynes observó con gran detalle este fenómeno y propuso, sin salirse del sistema, que algo podría hacerse mejor, en el sentido de que el Estado asumiera un papel más relevante en sectores vitales de la sociedad. Pese a estas tesis, el sistema no funciona tan bien, al menos en el tercer mundo, y es ético y académico pronunciarse, ningún sistema económico es una ecuación. Hoy nadie está proponiendo acabar con el sistema capitalista, la propuesta básica consiste en someterlo a ajustes en sus diversas variables: ambientales, sociales, éticas, legales, económicas, tributarias y en especial, antropocéntricas; por ejemplo, sustituir la minería por otra forma de producción no atenta contra el capitalismo; hay países prósperos que no tienen minería.
Podría atentar, sí, contra los beneficiarios privados que consideran suyo el Estado. Los sistemas no son malos de suyo, son sus gerentes. Ese es el quid del problema. La alternatividad es necesaria y saludable, proponerla no es pecaminoso ni subversivo así su implementación afectare a un reducido grupo de rémoras que no producen valor agregado para la sociedad y están dispuestos a lo que sea con tal de no permitir cambios altruistas; van siete candidatos presidenciales asesinados por sus propuestas no convencionales y no sabemos cuántos más falten; las facilidades que les ofrecen algunos sectores oficiales han ayudado a esta tragedia.
Ya han propuesto “Refundar el Estado” y lo han logrado, para restarle posibilidades a otros que, según ellos, convertirían a Colombia en un Estado comunista, tesis que ninguno de los inmolados propuso; los que lo hicieron, las FARC, pactaron un armisticio con el gobierno al ver que su lucha era estéril y excéntrica.
Los amigos de la inercia y de la inequidad son pregoneros del desastre frente a los cambios socioeconómicos, falacia macabra de la realidad histórica que han logrado convertir en doctrina. Hacen creer que una aguja puede descarrilar un tren. El Pacto Histórico propone una alternativa viable, democrática e incluyente.