“¡Todo lo que respira alabe al Señor!”. Salmos 150,6.
Pablo y Silas, en la población de Filipos, fueron injustamente acusados y azotados, luego arrojados a la cárcel, en el calabozo de más adentro y asegurados los pies en el cepo. Estando en esa celda oscura y húmeda, pudieron haberse quejado con Dios por haber permitido que fueran tratados tan duramente, pero no lo hicieron.
En cambio, levantaron su voz y en la oscuridad de la medianoche, comenzaron a orar y alabar a Dios, cantando himnos que los demás presos oían. Entonces, sobrevino de repente un gran terremoto que sacudió los cimientos de la cárcel, abrió todas las puertas y soltó todas las cadenas.
El punto a rescatar es: ¡Cuán fácil es alabar a Dios cuando todo está bien! Disfrutamos alabarlo a la luz del sol, cuando sentimos que nos ha bendecido y todo marcha bien y hacia adelante. Pero, necesitamos aprender a alabarlo en la oscuridad de la medianoche, porque es la alabanza lo que cambia el ambiente y trae la presencia de Dios. Él se mueve en medio de las alabanzas de su pueblo.
La alabanza es el reconocimiento humilde de los atributos de Dios. Afirmación agradecida por su carácter, en lo que él es y creencia en fe por sus obras, en lo que él hace.
Son muchas las expresiones de alabanza: Levantar manos en su honor, con cantos e instrumentos musicales, batiendo manos y aclamando a Dios con júbilo, con la danza e inclinándonos delante de él. En cualquier manera que lo alabemos, nuestra actitud de reconocimiento cambia el ambiente y quebranta el poder del fracaso y la aflicción, fortaleciendo nuestra relación con Dios.
Recordemos que para que algo baje, primero debe subir. Sube nuestra oración en alabanza ante el trono de la gracia y baja su oportuno socorro para nuestras necesidades. Cuando somos escasos y exiguos en la alabanza, detenemos la victoria y secamos nuestra fuente de gozo, dando paso a la queja, la crítica y la murmuración.
Debemos alabar en todo tiempo, pero especialmente en los tiempos de adversidad y aflicción. Hay veces, en que pasamos por situaciones de aflicción en la salud, la familia, la economía y nos sentimos abandonados y olvidados de Dios, perdemos la esperanza y se muere nuestra alabanza.
Enfoquemos siempre nuestro corazón en Dios y su palabra fiel, quien nos ama y nos equipa para vencer. Alabemos, incluso al calor de una prueba. ¡Si respiramos, podemos alabar al Señor!
Nuestra alabanza no debe estar ligada a los beneficios materiales o a sucesos específicos, sino que debe surgir de nuestro interior como un arma poderosa de recuperación de espacios y de apertura de oportunidades para que Dios obre en victoria. Debemos determinar que mientras tengamos aliento, lo alabaremos, porque él es digno de alabanza.
Pablo y Silas fueron arrestados por levantar el nombre de Jesús. Pudieron golpearlos, encadenarlos y apresarlos, pero no pudieron encadenar su alabanza. Cuando nosotros desatamos la alabanza, ella nos desatará a nosotros.
Queridos amigos: ¿Qué nos mantiene atados? ¿Qué cadenas aprisionan nuestras vidas y nuestros sueños? ¡No dejemos de alabarlo! La alabanza desatará cada situación y traerá paz al corazón. Así, de cara a la adversidad, en lugar de angustiarnos y deprimirnos, aprendamos a transformar el ambiente con una alabanza poderosa, abriendo el espacio para que Dios actúe. Luego, recibamos confiadamente sus amorosas respuestas.
Mi oración es para que aprendamos a reconocer y alabar a Dios en todo. Inmersos en una cultura rica en expresiones folclóricas, cantemos y adoremos al Señor, porque “grande es el Señor y digno de suprema alabanza. Alabemos al Señor, porque es bueno cantar salmos a nuestro Dios, porque suave y hermosa es la alabanza”. Un abrazo y muchas bendiciones del Señor.
Por Valerio Mejía Araujo