“Bendice, alma mía al Señor y bendiga todo mi ser su santo nombre.” Salmos 103,1
Adorar es una actitud del corazón que reconoce que Dios está primero y lo voy a obedecer y magnificar por encima de todo lo demás. Es rendir los sentimientos, pensamientos y decisiones a Él.
No se confina a la música, danza o manifestaciones artísticas, sino que nace de la revelación del amor de Dios por nosotros; es una respuesta a la iniciativa de Dios. “Nosotros le amamos porque él nos amó primero”.
La adoración es la búsqueda de Dios, quien a través del poder de la Cruz mostró un amor tan grande que dio solución a la separación de Dios; y el velo que una vez nos separó de su presencia se rasgó de arriba abajo, abriendo un camino para que pudiéramos entrar libremente a conocerlo y disfrutar de su amistad.
Cuando su espíritu eterno toca el nuestro, se produce la adoración; y se dejar ver cuando declaramos el valor de Dios. Es una expresión íntima que se libera a través del corazón con un lenguaje de acción de gracias en la voz del amor.
Queridos amigos: Sin una completa comprensión del amor de Dios, es difícil expresar nuestra genuina adoración. Frecuentemente, tenemos luchas para aceptar ese tipo de amor que nos acepta como somos, que nos ama a pesar de nuestros defectos y que nos conquista con amor eterno, aunque no lo merecemos. En este mundo que se basa en el desempeño, podemos caer en la trampa de sentirnos descalificados para adorar. Y es precisamente el anhelo de Dios de estar con nosotros lo que inicia y perpetúa su amor incondicional hacia nosotros y lo que nos hace aptos para adorar.
Es pues, la adoración una respuesta de fe, una respuesta a la clara revelación de su amor. Encierra muchas clases de manifestaciones, desde las más sencillas hasta las más sublimes. La vida de un adorador se derrama de una manera sacrificial, comienza con la obediencia y termina con la consagración. La adoración nos lleva a un lugar donde rendimos nuestros derechos y escogemos darle a Dios el control absoluto de nuestras vidas. Es una acción sobrenatural, es la respuesta de las criaturas ante su creador. En la adoración recordamos la naturaleza santa e inmutable de Dios y su poder trasformador para hacernos a su semejanza. “Porque en él vivimos, nos movemos y somos”.
Se hace necesario recibir una revelación fresca del amor de Dios, que inunde nuestros corazones y con ella venga un ardiente e incesante deseo de adorar a aquel, quien ha demostrado ser digno de ella.
Recordemos que, los métodos y técnicas jamás ocuparán el lugar de un encuentro íntimo con Dios. Así que, animémonos y confiemos en el Señor con todo nuestro corazón y rindamos a Él nuestro mayor reconocimiento de amor y gratitud por todo lo que ha hecho, hace y hará.
Dios bendiga su vida con una nueva revelación de su amor.
Por Valerio Mejía