Por: José Félix Lafaurie Rivera
Los acercamientos para concertar el futuro escenario de las relaciones entre Colombia y Venezuela, sin duda, reabrieron la puerta a una nueva etapa diplomática binacional, que ya ha dado sus primeros frutos en la resolución de nuestras diferencias.
Los acuerdos en la lucha contra las drogas y en materia de infraestructura y energía, son un buen indicio de ello. No obstante, estas refrescantes luces han tendido a opacarse en el tema comercial. El sigilo que ha rondado las negociaciones y los términos que hasta ahora han trascendido, sólo nos llevan a preguntarnos ¿cuál será su verdadero alcance?
Creo no equivocarme si aseguro que difícilmente volveremos a los niveles de 2008, por lo menos para el sector agropecuario. El país productivo rural colombiano, aún no tiene claro en qué consiste el “Acuerdo de Complementariedad Económica”, que nos proponen nuestros vecinos. Sabemos que es abundante en “encadenamientos productivos”, con solicitudes en asistencia técnica y capacitación de “aquí” para “allá”. Pero, además, que al régimen cambiario con “dólares de Cadivi”, se sumará un sistema de seguimiento a las importaciones, que dejará al Ejecutivo venezolano como el principal y quizá único comprador directo, con la potestad de revisar aranceles y controlar rubros de importación, precios, cantidades y tiempos. Esto tiene nombre propio: comercio administrado.
Con otras premisas: Venezuela, además de que no importará en los volúmenes de antaño, no llevará bienes terminados o de valor agregado – sólo materias primas y semielaborados–, los mecanismos de pagos seguirán el mismo camino tortuoso y, prácticamente, no se contempla ningún mecanismo vinculante. En carne y lácteos, por ejemplo, han dicho que no renovarán las licencias otorgadas para las importaciones de leche en polvo y que – en adelante- el Ejecutivo las controlará. Tampoco comprarán carne en canal, sólo quieren ganado en pié – básicamente: hembras, mautes y destetos–.
Sólo con estos anuncios Colombia pierde. Para empezar quedamos atados a unas dinámicas comerciales inciertas, flexibles y con pocos actores privados, que en el largo plazo podrían responder más a lógicas políticas que a procesos económicos, lo cual termina siendo muy peligroso. Ya ocurrió en el pasado, con graves daños para la economía nacional y para sectores productivos como el ganadero. Pero, además, porque la propia experiencia y el mercado internacional nos han demostrado que llegar hasta la maquila del desposte y la venta de carne procesada, es lo que realmente nutre la cadena en materia de generación de empleo y divisas.
La renuente posición venezolana, argumenta que el intercambio con Colombia, nunca generó ningún beneficio para lo que hoy denominan su “desarrollo endógeno”, en particular, en el sector cárnico y lácteo. Lo que no consideran es que hoy muchas de sus mejores explotaciones ganaderas y lecheras, han sido el fruto de un trabajo constante de transferencia de tecnología de cientos de profesionales colombianos y, por supuesto, de nuestra genética. Sólo en los últimos años se vendieron a Venezuela 780.704 animales vivos de ganado gordo.
Nunca hemos ido en contra de que Venezuela consolide un proceso de autogestión y autoabastecimiento, con miras a su seguridad alimentaria, pero no puede hacerse a costa de un intercambio, a todas luces, asimétrico. Pensando con el deseo, esperamos que la diplomacia logre un giro favorable que conduzca a mecanismos más equitativos para ambas partes.