Querido lector, quiero pedir su aprobación para divagar un poco en este escrito y no dedicar mis letras a un único tema. ¿La razón? Esta mañana encontré en el libro de la Sabiduría un bello párrafo que quisiera comentar, ignorando a propósito los cánones de estilo establecidos para una columna de opinión. Se trata de una oración, un reconocimiento, una exaltación, una descripción, la meditación sobre características de la divinidad, una enseñanza, el resumen de la religión o incluso de la vida misma; tal vez todo o tal vez nada de ello, no lo sé. Juzgue usted.
“No hay más Dios que Tú, Señor, que cuidas de todas las cosas. No hay nadie a quien tengas que rendirle cuentas de la justicia de tus sentencias. Tu poder es el fundamento de tu justicia y por ser el Señor de todos, eres misericordioso con todos. […] Siendo Tú el dueño de la fuerza, juzgas con misericordia y nos gobiernas con delicadeza, porque tienes el poder y lo usas cuando quieres. Con todo esto has enseñado a tu pueblo que el justo debe ser humano, y has llenado a tus hijos de una dulce esperanza, ya que al pecador le das tiempo para que se arrepienta”. (Sb 12, 13. 16-19).
Independientemente de las justas conclusiones y opiniones de los ateos y agnósticos, la realidad tiene un fundamento sobrenatural. La nada nada produce y de la quietud no puede sucederse el movimiento sin que haya un motor; existe un único ser necesario, sin cuyo concurso las cosas no hubieran venido a la existencia y sin cuya presencia nada podría seguir existiendo. Piense en la belleza y perfección de cuanto nos rodea (¡y de nosotros mismos!), ciertamente el tiempo, el espacio, la materia y la energía están perfectamente orquestadas e interpretan la más bella sinfonía jamás conocida: la realidad. ¿Quién las dirige? Juzgue usted.
Este Ser, cuya esencia es la suma de todas las perfecciones, se encuentra por encima de todo y a nadie debe rendir cuentas de sus actos, es todopoderoso y enteramente libre. Sin embargo, su poder no es pretexto para el despotismo, sino el fundamento de su justicia, una justicia que no consiste en castigos y premios según criterios de amistad o conveniencia, sino en la misericordia para con todos. Es el dueño de la fuerza y gobierna todo con delicadeza, sin que ello sea sinónimo de debilidad. Posee la capacidad de destruir, pero su ser es el amor. ¿Tal vez su actuar pueda ser tomado como ejemplo del nuestro? Juzgue usted.
Con sus actitudes nos enseña que “el justo debe ser humano”, es decir, que la religión y la vida deben ir unidas, que es inseparable el amor a él del amor al prójimo, que la forma como actuamos debe manifestar nuestra fe y que nuestras creencias deben permear nuestras acciones cotidianas.
Para este Ser no existen causas perdidas ni personas sin remedio, todos tenemos igual oportunidad de cambiar y enmendar nuestros errores. No existen distintas categorías de personas, ni estratos socioeconómicos, ni barreras infranqueables, ni ciudadanos de primera y de segunda, no hay distinciones de raza ni de credo. Para Dios todos somos iguales: seres temporales llamados a la eternidad, unión perfecta de la biología y el espíritu, obra maestra reflejo de su esencia, capaces del más loable de los bienes, pero también de los más terribles males. Juzgue usted.
Por Marlon Javier Domínguez.